Tuesday, January 31, 2012

Por siempre febrero

Este es un artículo que algunos habrán leído con anterioridad.
Hay circunstancias de mi vida que han cambiado, pero no se trata de recomponer nada.

Explico el porqué de la inclusión aquí, sin otro cambio más que un par de leves correcciones ortográficas. Entre los cambios figura el nacimiento hace dos febreros de mis nietas números 9 y 10, en una lista de nietos que como algunos ya saben aumentó a 11 hace exactamente dos meses.
Ambas nacieron con escasos siete días de diferencia y la número 10, tercera de mi más pequeña, cumple años dos días después que mi hija.

La tercera y menor de mis hijas acaba de dar a conocer que está embarazada.
Me proponía comentar el artículo con ella nada más comenzara febrero.
Creo que vale la pena adelantarme. 


Forever February
Februaries have always been good to me. Not that I've ever been particularly fond of blanket statements but there you have it: as far as months goes, Februaries have always been good to me.
A golden sunset
Let's see.
My mother was born on a February (how much credit should I take for that making it a good-for-me-month it's debatable, but read on.)
It is also the birth month for the youngest of my three children: coincidentally perhaps, born one day shy of the date, eight years before, when I first saw the brightest and prettiest eyes that once loved me the most, her mother’s.
February is when the attack happened.
I’ve always thought of it as the month of rebirth for my second child, barely a few weeks over seven months old when the two gunmen came to the house.
One of them snatched the baby off the nanny's arms, pushed the teenager to the ground, kicked the front door wide open and —shielding himself, perhaps, with the tiny body— joined his companion in shooting up the place.
"Afterwards, my father cried like a baby," my wife later said. The gunmen had carried out the obviously intimidatory attack unaware that he was inside the house, and armed with a snub-nosed .38.
He had been unaware that one of the attackers was shielding himself with the baby. In finding that out later, he couldn't bear the thought that in shooting back he had risked harming her, not the gunmen.
Those are some of the reasons why Februaries have been good to me. Optimist that I am, I'd probably say the same for any other month.
After all, it's not only Februaries where, once the event is gone, you realize that life’s still around just because something that's not precisely definable prevented things that would have put you in harm's way.
Roll back to just a few weeks before the attack, in November.
Early in the morning on a slow day for news, we are invited to join friends on a trip to Guatemala. The invitation's actually for my bureau chief, who's to meet his brother returning from a private visit to the United States. He inquires if I can tag along and the answer is yes.
Departure time: “We’ll let you know,” he is told, with the understanding that we’ll probably be boarding sometime in mid-afternoon or early evening.
This is the era before cellular telephony and though portable (car-mounted) phones and radios were already in use, neither one is available to us. Time passes, and as lunch time approaches, we board my friend's old VW microbus.
He’ll drop me home and we'll both be back at the office in the afternoon to take care of whatever news develops, and also wait for the phone call to head to the airport.
As luck would have it, some unexpected traffic jam diverts us from our usual route to the Boulevard de los Héroes, for many years now bustling with shops, cafes and restaurants with outdoor terraces.
As we past Manolo's just across the median, I tell my friend, "Let's stop for a bite." The u-turn is just a couple of blocks away. As we approach it, my friend asks: “What if they call?” He answers himself: “Nah, they said departure time mid-afternoon, let’s go.”
So we stop at Manolo's and 'a bite' turns into a rather moderately long lunch, ice-cold beer poured into frosty mugs to help us both wash down the food.
We finally make it home. Because it’s not too far away from his, I walk to the house I am heading to and as soon as I enter, the phone rings: “They called. Take-off is about now, think we can make it?” my friend asks. “Call them and find out," I say.
He does, but it’s too late. I usually make fun of the manner in which we in my native country usually reply to queries of, “Are they still there?” The answer will invariably be, “Acaban de salir, si se apura los alcanza.” (They just left, if you hurry up you’ll catch up with them not too far away.)
Most likely, the “just left” happened long ago enough for the people you are looking for to have returned.
Not this time, though.
On approach to the Guatemalan capital national airport, the plane crashes and our friends, all of our friends on board, are killed.
It’s hard to think of the disaster as an accident, given the experience and skill of the pilot. At the same time difficult to pinpoint as the product of sabotage. And if that was the case, were we, my colleague and I, also targets of the attack?
Can’t answer that, I fear. Whatever the answer may be, for me one thing it’s clear: goodness or kindness is not, should not be attributable to months.
So hear or read my introductory assertion as God has always been good to me in Februaries, always good no matter what the month, day or year.
I probably don't deserve it but hey, who am I to buck His will?

Aunque no esté, se baila

¡Nada de twist que valga, Chubby!
Bien podría ser que las normas de la RAE sobre el tratamiento de extranjerismos expliquen el porqué de la propuesta eliminación de show en la vigésima tercera edición del Diccionario, que mencionamos en una entrega anterior y al cual se refiere D. Lorena en su mensaje.
La consideración podría ser que es superfluo e innecesario porque ya hay los equivalentes en español de las dos acepciones que incluye el mataburros.
Sea que al fin de cuentas la eliminación pase de propuesta a realidad, lo que al menos debería hacerse es revisar (pienso yo) esa definición de la locución verbal “montar un show” que a la fecha nos ofrece el DRAE: “Organizar o producir un escándalo”, dice.
Puede que sea eso en algún lugar del mundo.
Pero cualquiera que haya visto un partido de fútbol sabe bien que hay uno más preciso y que quien monta un show es simplemente un mentiroso: finge estar lesionado para beneficiarse. Montar un show es fingir.
Lo de show y su meteórico paso por las páginas del DRAE vino a cuento porque, decíamos, así sea una manifestación de sapiencia colegiada, Academia no quiere decir infalibilidad. Y es también reflejo del carácter cambiante del idioma.
Esa presencia efímera vendría a ser, también, una aberración. Lo normal es que la Academia se tome su tiempo para la inclusión de nuevos términos.
Téngase el caso de yogur: fue hace 50 años, a principios de 1962, cuando se informó desde Madrid de la futura inclusión del término en el Diccionario. Abran su diccionario (o introduzcan el término en la casilla de consultas del buscón, según el caso) y verán:


yogur.
(Del fr. yogourt, y este del turco yoğurt).
1. m. Variedad de leche fermentada, que se prepara reduciéndola por evaporación a la mitad de su volumen y sometiéndola después a la acción de un fermento denominado maya.


¿Qué tiene eso de curioso?, podría ser la pregunta.
Una, que se tomó del francés, cuando Turquía está ahí (por así decirlo) a la vuelta de la esquina si se vive en la península. Es de suponer que fue por allá en los años posteriores a la II Guerra Mundial, cuando se habrá popularizado en Francia el consumo del yogur (y luego en España, suponemos), que la RAE optó finalmente por incluirlo en la décima novena edición de 1970.
No es como que el término se desconociera en su totalidad: Cervantes, que presumiblemente se habría familiarizado con el término cuando prestaba servicio militar allá en la segunda mitad del Siglo XVI, lo menciona en sus obras, apuntaban los despachos de prensa de la fecha.
En resumidas cuentas, porque la lengua la hace la gente, una bicoca de 400 años para que el yogur fermentase como término aceptado.
No siempre la popularidad de un término (nos remitimos de nuevo al enunciado previo de que el DRAE no es un simple listado de palabras) lleva a su inclusión, sea en su grafía y pronunciación originales o adaptando una o ambas al español.
Así pasen cuatro siglos (como en el caso de yogur) o 50 años, como en el de twist.
Hace ya más de 50 años que Chubby Checker, uno de los íconos de la música popular estadounidense, figuró a la vanguardia de una verdadera revolución cultural con The Twist: “Come on baby, let´s do the twist!”, instaba el regordete intérprete.
Pero ingresen twist en la casilla de consulta y verán la respuesta.
Satamismo: La palabra twist no está en el Diccionario.

Monday, January 30, 2012

Te llegó correo

Estuve más que tentado a encabezar este post como You've Got Mail, al igual que la taquillera película en la que Tom Hanks y Meg Ryan juegan al romance cibernético.
Ningún Tom Hanks a la vista
Al final me decidí por el que ahora leen (aunque la ilustración es una especie de collage de la imagen flash que puede verse aquí, en la  todavía activa página web del filme).
En esto de resumir, reseñar o hablar de los comentarios o las reacciones de otros a lo que uno escribe hay un cierto peligro.  Lo principal es evitar que en quienes lo leen se deje la impresión de que uno mismo comienza a propinarse palmaditas en la espalda.
Afortunadamente tengo ya las suficientes millas acumuladas en mi bitácora como para soslayar esa trampa.
Buenos amigos de adolescencia, como Fernando y Zoila, por ejemplo, han compartido algunos de los comentarios previos y el agradecimiento es profuso y genuino.
No porque haya afán alguno de aperar la egoteca, sino porque la idea en realidad es la de estimular al máximo la discusión de temas relacionados con nuestro idioma.
Uno de los contactos de Fernando, entiendo, se preguntaba si esto de Hablanzas y Malhablanzas, “¿No es lo mismo que habladurías?” La respuesta es no.  Más sobre el tema en un próximo comentario, pero la pretensión no ha sido jamás reflejar ninguna de las dos acepciones en el DRAE:

habladuría.
1.
f. Dicho o expresión inoportuna e impertinente, que desagrada o injuria.
2. f. Rumor que corre entre muchos sin fundamento. U. m. en pl.

Como cualquier cosa escrita, con un blog se corre siempre el riesgo de herir susceptibilidades. Para mí está resultando más bien una miniversión del Dale Carnegie de años idos (Cómo Ganar Amigos) y nada más publicarse el primer post (Esa palabra no existe) comentaba una nueva amiga, Guadalupe, que  cómo puede alguien decir que una palabra no existe sólo porque su procesador de texto no la reconozca.
Totalmente de acuerdo. Los correctores (spellcheckers) son tanto una bendición como un infortunio.  No somos pocos los que nos encontramos con ofertas de términos verdaderamente esotéricos porque alguien vino y, tal vez sin proponérselo, agregó la secuencia.
Con el post previo a este (Buscando tres pies al gato), me decía Mariana,
Me acabás de resolver un dilema. He discutido tanto el asuntito del "e" e-mail, con tanta gente, que últimamente optaba por "y correo electrónico", aun cuando el cliente no objetara el uso de e-mail”.
Y D.Lorena (lo de D. es broma entre nous, que se dice) me despacha un e-mail tras el post de La web precede a la Internet con el comentario siguiente: “¡No entiendo por qué quitar show!” del DRAE, según la propuesta de modificación que comentábamos.
Hay más en su mensaje, pero eso será tema del post venidero.

Sunday, January 29, 2012

Buscando tres pies al gato

La respuesta es tan sencilla como el sujeto

Entre mis numerosos e-mail de los últimos meses recibí uno de invitación a visitar la página web de Joaquín Orellana con una muestra de sus pinturas.
El URL  para visitar esta muestra electrónica es sencillo, fácil de recordar. Y si alguna dificultad tuviera para acordarme, basta con ir a Google e ingresar (¿o será introducir?) joaquin orellana (tal cual, sin tilde en la “i” de joaquin, que al cabo en nuestros días los genios de la informática lo hacen todo pan comido) para encontrar millones de opciones. De manera que no es como que precisamente me jacte de mi facultad de retener información.
Lo menciono porque a diferencia de otros posts en los cuales he utilizado fotografías que yo mismo he captado, las imágenes que incluyo en este comentario provienen de la página web de Joaquín. Las he tomado sin su autorización, que no tengo duda alguna él me habría concedido si se la pidiese.
(Aunque aquí no hay conflicto de interés alguno y nadie se está beneficiando en absoluto de nada, valga también la aclaración de que Joaquín es mi cuñado —uno de mis mejores amigos y una de las personas a quienes más respeto, por cierto— vía su matrimonio con mi prima).
“Pintado en azul”, comienza Joaquín la anécdota que nos narra en torno a su cuadro, Pescador.
Y agrega:
— Un amigo me preguntó: “¿Por qué en azul?”
Antes de que pudiera formular su respuesta, dice Joaquín, su anónimo amigo le planteó algunas interpretaciones de esas con que a menudo se busca asignar significado a las cosas:
“¿Que si era una nueva tendencia, que si había algunos sentimientos expresos, que con qué sentimientos lo había pintado?”
Tras ofrecerle algunas conjeturas adicionales, añade, su amigo indagó de nuevo: “A ver, ¿por qué ha pintado en azul?”
La Dama del Mar
— Yo le contesté que solo ese color tenía en ese momento —dice, antes de concluir—: Después sí me parecía que podía ser una tendencia. (A lo mejor, acoto aquí. Varios de los cuadros en la página web, como el que Joaquín titula La Dama del Mar, podrían reflejar esa tendencia).
Como en el caso de esa semi-anónima conversación (porque conocemos a uno de los participantes), en cosas del lenguaje la respuesta es a veces así de sencilla: Porque es lo correcto. Porque lo manda la Academia. Porque así se dice. Porque…
No es cosa de andarle buscando tres pies al gato.
No hablo de dogmatismos o imposiciones. Me refiero a cosas tan sencillas como el que, por ejemplo, alguien viniera y objetase de mi utilización, en la frase inicial, de e-mail.
La Fundación del Español Urgente citada con anterioridad en otros comentarios (y que seguiremos citando, según corresponda) tiene varias respuestas a consultas sobre el tema, esta sobre cómo se dice y una más sobre cómo escribirlo en plural.
Tanto esas consultas como esta, en cuya respuesta se aconseja que debe “evitarse el uso del término inglés e-mail (pronunciado /i-méil/)” aluden a la definición de “correo electrónico” en el DRAE: “Sistema de comunicación personal por ordenador a través de redes informáticas”.
O sea, un significado que se da por extensión, ya que de ser más papistas que el Papa lo correcto sería insistir (como hacen algunos) en decir “mensaje de correo electrónico”. (Ordenador y computador o computadora, si la aclaración la creen necesaria, son la misma cosa).
Nótese que la Fundéu BBVA, al responder a cómo se forma el plural del término, precisa: “Debe permanecer invariable: Un e-mail, tres e-mail...”, aunque luego recuerde que el uso preferible es otro. Sobreentendido: si usa e-mail porque le funca más no vaya a decir “los e-mails que me mandaron”.
Y también nótese que todas esas respuestas anteceden, predatan a la manera como la RAE nos describió no hace mucho la manera correcta de usar la “y” como conjunción copulativa [Principales novedades de la última edición de la Ortografía de la lengua española (2010)]:
“Si la palabra que sigue a la conjunción no es española y comienza por el sonido vocálico /i/, sigue vigente la regla, aunque por tratarse de una voz extranjera el sonido /i/ inicial no se escriba como i o hi:
"Escriba su teléfono e e-mail (la e de e-mail se pronuncia [i] en inglés).”
En otras palabras: lo más correcto y preferible puede ser correo electrónico, lo más sencillo y práctico, e-mail.

Saturday, January 28, 2012

La web precede a la Internet

De mundial, nada, pero esta sí fue primero
Mencionaba en mi post anterior el tema ese del ejemplo de sabiduría colegiada que nos ofrece la Real Academia Española. Es una inteligencia colectiva que no implica infalibilidad. Porque el idioma es vivo, y cambia, cabe esperar modificaciones y enmiendas. Pero en algunos casos bien puede tratarse de que una decisión a la que se llegó fue luego sujeto de reconsideraciones.
Un ejemplo sería este, con la propuesta eliminación de show.
De concretarse esa medida (nótese que el buscón —la página web de la Academia para consultas— precisa que se trata de un “Artículo propuesto para ser suprimido” en la futura vigésima tercera edición del DRAE) el paso del término por las páginas del diccionario sería fugaz.
Era no show en la vigésima primera edición de hace dos décadas y desaparecería en esta por venir.

Prácticamente la velocidad de la luz, en términos de la rapidez con que usualmente se hacen las cosas en la RAE —más bien una observación de carácter factual, antes que un comentario sarcástico.
Y que conste, tampoco es que reclame conocimiento directo, inmediato y privilegiado de las deliberaciones en el seno de la Academia.
Es simple y llanamente elemental, mi querido Watson. O para usar otra figura que nos recuerde a los personajes de Conan Doyle, no tiene uno que llamarse Sherlock para llegar a una conclusión tan a la vista.
No es cuestión de que uno concuerde o discrepe con la lentitud (o celeridad) de las deliberaciones sobre el idioma.
Lo cierto es que alguien podría ridiculizar el hecho de que en un lapso relativamente corto la RAE esté dando marcha atrás y se prepare a dar a show el estatus de no show. Y de nuevo, así sea que uno coincida con la inclusión o deplore el hecho mismo de que en alguna oportunidad se lo incorporó.
¿Alguien se acuerda del beeper?
Sí, ese mismo, el ubícuito adminículo que ha seguido la misma suerte que los cartuchos de ocho pistas y el radio de banda ciudadana. Despachos periodísticos de principios del siglo, como puede verse aquí, daban cuenta de la inminente aprobación de bíper por la RAE.

A nadie le sorprenderá que el tema jamás cuajó y que los términos aún sancionados por la RAE sean el farragoso buscapersonas o busca, su versión recortada (misericordiosamente no se insiste en que puede usarse mensáfono).
Una búsqueda en Google sobre qué son los blue jeans y cómo se originaron detalla que la prenda data de mediados del Siglo XIX.
No fue sino hasta hace unos 60 años que los blue jeans adquirieron el estatus de moda del que gozan hasta la fecha.
De manera que sí, tener ahora la notificación al parecer definitiva (el anuncio preliminar se hizo en enero de 2003, recordemos) de que hay un artículo nuevo para incluir en la vigésima tercera edición autorizando el uso de bluyín, es algo sumamente rápido en términos de la RAE.
En mi anterior post, El buen decir, recordaba el uso generalizado de Telaraña Mundial (en especial en los despachos periodísticos) para referirse a la World Wide Web. Esa misma web que el DRAE define como red informática y que fue precedida por la Internet.
Puede que me equivoque, pero todo indica que como término definido sancionado por la RAE, web fue primero.
Será hasta la vigésima tercera edición cuando el DRAE recoja su definición de Internet: “Red informática mundial, descentralizada, formada por la conexión directa entre computadoras u ordenadores mediante un protocolo especial de comunicación”.

Friday, January 27, 2012

No llores, que no perdiste

Lo siento, viejo, me llevo a la Academia.
Es uno de los escollos más fáciles de evadir, pero de igual manera una tentación en cierta forma omnipresente. Hablo del prescriptivismo. La idea esa de que porque uno va a comentar cosas del lenguaje comenzará, de repente, a preceptuar cómo debe decirse algo. O peor aún, que vendrá por ahí alguien a engatusarle a uno para que lo intente.
Para ordenar y prescribir en cosas del lenguaje está la Real Academia Española. Así de sencillo.
Al menos por lo que a mí respecta, me parece que sería más que arrogante pretender que hay más conocimiento en una sola persona que en la sabiduría combinada de decenas, por no decir cientos.
Una sabiduría colegiada que igual puede equivocarse, porque así sea precepto académico no todo lo que figura en el DRAE es siempre lo correcto.
Las modificaciones de artículos, las enmiendas al DRAE son precisamente eso, el reconocimiento de que, en algún momento, esa sapiencia colectiva pifió.
Para no extendernos en el tema, porque todo el mundo es gente ocupada y no tiene uno tiempo para gastarlo en lecturas prolongadas: así como puede haber inclusiones que reflejan errores propios de la actividad humana (por ahí hay ensayos de los mismos académicos sobre la incorporación equivocada de ciertos términos) o de criterios mal acogidos, puede haber también exclusiones (ausencia de ciertos términos) tanto acertadas como desacertadas.
Cualquiera que sea el caso, mi opinión es que si se anda en busca de recetas, el mataburros es el lugar más indicado para encontrarlas.
Nada de eso impide que uno venga y analice (concluya, al fin de cuentas) en que algo está bien dicho o que un término esté mal utilizado.
Los ejemplos abundan en todas partes.
Al menos aquí en Estados Unidos, es frecuente escuchar en los mensajes promocionales de las cadenas de televisión que “este sábado” su cine estelar (o cualquiera que sea el título del espacio) está de rechupete, porque en ese filme actúa “el ganador de la Academia” (nombre del actor).
'scuse me?
Desde hace ya años y presuntamente en un afán de evitar más daños a la ya frágil sensibilidad de los actores, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (Academy of Motion Picture Arts and Sciences) impuso un cambio en la ceremonia anual de entrega de los premios Óscar.
En lugar del tradicional, “And the winner is…!” (¡Y el ganador es…!), los jerarcas de la AMPAS pidieron a sus presentadores utilizar una fórmula según la cual no hay perdedores: “And the Oscar goes to…!” (¡Y el Óscar es para…!”) [En la imagen flash que ilustra el post y que puede verse aquí la pregunta es quién volverá a casa con un Óscar, no con la Academia a cuestas].
Todos contentos y calabaza, calabaza, cada quien para su casa. Si te dueles es por llorón, porque aquí nadie te ha llamado (por inferencia) perdedor.
No descarto que haya alguna obligación contractual para que en la promoción de películas se emplee un lenguaje que remede el “Academy Award winner” con que actualmente se hace propaganda a las producciones cinematográficas que incluyen a ganadores de la dorada estatuilla. (De paso, el artificio publicitario permite, en inglés, promocionar a todo el mundo: la película vale ahora también porque está nominada —o en su elenco figuran candidatos— al premio).
Sería lo único que explique el despropósito de tener ganadores de la Academia, no del Óscar.

Thursday, January 26, 2012

La sombra de un soldado a las cinco de la tarde

Ni en mano ni volando, pero son pájaros
La cuestión esta de citar refranes tiene sus bemoles.  
Diga usted un refrán y no faltará el comentario jocoso en torno al tema. Bien puede ser que quien comenta desea introducir un tono ligero en el debate o la conversación. Pero también puede ser que en la mente de quien interpone el comentario, la literalidad doblegue al concepto.
Por ejemplo, un colega y excompañero de trabajo lamentaba hace poco en uno de sus comentarios la manera inexacta en que muchos dan en citar aquello de, “Cuando la barba de tu vecino veas cortar, pon la tuya a remojar” (otra versión pluraliza, “… las barbas … las tuyas…”). Y si mal no recuerdo, citaba él una tercera versión en la que las barbas no se cortan, sino que arden. El punto es que en uno de los comentarios, viene el aparte burlón: “¿Y si soy mujer y no tengo barba?”
En mi opinión, no es necesario ser paremiólogo para entender que si decimos “Más vale pájaro en mano, que cien volando”, lo que menos debemos esperar es ver ave alguna surcando el firmamento.
Eso pasa en cualquier idioma. “I don't wear panties”, fue una de las respuestas ofrecidas en un ciberforo en inglés a la consulta sobre qué quiere decirse con, “Don't wear your panties in a bunch”.
Aunque es una frase sin lugar a dudas sexista (en especial, claro está, si va dirigida a un hombre) el concepto nada tiene que ver con si la prenda interior que se usa es o no un panty.
El Urban Dictionary explica aquí que simplemente es una manera coloquial de decir a alguien, “Tranquilízate, no hagas un escándalo”.
“No seas Alharaco”, diría la gente de mi generación que creció desternillándose con las desaforadas reacciones del huasito chileno en la tira cómica homónima. (En una que recuerdo, en el primer cuadro el personaje, con los ojos desorbitados, las venas del gaznate a reventar y en presencia de una mujer con niño en brazos, increpa a los poco caballerosos ocupantes de un autobús porque presuntamente no le ceden a ella asiento alguno: en el segundo cuadro, el autobús se ve semivacío).
Ese desfase entre los aspectos literal y conceptual se ilustra mejor cuando analizamos traducciones equivocadas, más que frecuentes.
“La bandera golpeó al aficionado” fue el ofrecimiento de un redactor al titular “The flag hit the fan”, básicamente un juego de palabras con “The shit hit the fan” (Se armó el despelote, diríase por ahí).
La desafortunada traducción jamás vio la luz del día, gracias a la oportuna intervención de un colega a cargo de editar la gacetilla en la cual se resumía la controversia en torno a una ley que proscribía la quema de la bandera en Estados Unidos.
Casi tan memorable es la Ley General del Comercio de Autobuses, como se había traducido la Omnibus Trade Bill que por ese entonces (léase principios de la década de 1990) se debatía en el Congreso de Estados Unidos.
Una “omnibus bill” no tiene nada que ver con autobuses, es simplemente un proyecto de ley que recoge iniciativas variadas sobre diversos temas, por lo general incorporados o adjuntos a un tema principal, en este caso el comercio.
Unos años antes, cuando la NASA estaba todavía en sus preparativos para iniciar el ahora desaparecido programa de transbordadores espaciales, muchas de las informaciones despachadas desde Washington, D.C., aludían a los lanzamientos de satélites espía del Pentágono.
A bordo, indicaban los reportes gubernamentales, iban cámaras tan avanzadas con una definición asombrosa, capaces de captar desde los cientos de kilómetros de distancia de su órbita geosincronizada, detalles tan precisos como el crecimiento incipiente de la barba al término de la jornada laboral, lo que en inglés se da en llamar “a soldier's five o'clock shadow”.
¡Satamismo! Se tradujo (no se publicó así, pero se tradujo) como “la sombra de un soldado a las cinco de la tarde”.

Wednesday, January 25, 2012

Un listado inexistente

Si estuviera escribiendo a mano, bien podría comenzar este post diciendo que la tinta ni siquiera se había secado cuando chatea una colega (vía Messenger) cuya ciberplática resumo: su editora informa que prescindirá de usar un término equis.
El motivo: “…resulta que la palabra … no existe en la DRAE”.
Más adelante, el chateo derivó en torno a si, como sucede en el caso del español con la Real Academia, hay en otros idiomas una institución similar de “cerrada”. Y por cerrada, presumo, quiso decir “inflexible”, más que totalmente opuesta a cualquier cambio.
La intención aquí no es reproducir textualmente el chat.
Viene a cuento sólo porque en el mensaje recibido se repite la famosa frase de que un término “no existe”, cuando se trata simplemente de que no figura en el mataburros.
De nuevo, el diccionario no es un listado de palabras.
A menudo, es simple cuestión de desconocimiento sobre cómo utilizarlo.
Son numerosos los casos en los cuales el término está ausente del DRAE porque es compuesto o porque es palabra formada con prefijo o sufijo. 

Se ve mejor fuera del sol
Basta con hacer la prueba aquí, introduciendo el término audiólogo o audiología en la casilla de búsqueda. O, para el caso, reformatear (formatear de nuevo o volver a formatear un disco, por ejemplo).
Ninguno de los tres figura.
De la inflexibilidad de los académicos se ha hablado mucho desde siempre, pero no son pocas las veces en que lo que hay es una comprensión deficiente de lo que es el lenguaje y la manera de regirlo.
Como en el caso de “faxear” (poco usado por la gente no obstante su inclusión en el DRAE) y muchos otros, la foto que acompaña este post podría ilustrar lo que sucede con el idioma.
Dos flores, de la misma planta y el mismo color, lucen distintas. Una a la luz del sol, la otra en la sombra de quien captó la imagen. Lo normal es que algo destelle bajo el brillo solar. Aquí sucede todo lo contrario.

Tuesday, January 24, 2012

El buen decir

El texto precede al chat


Todos aquellos que para mediados de la década de 1970 en adelante andaban ya en los azares del idioma se recordarán de los aprietos en que nos vimos para asimilar el diluvio de nuevos términos generado, a principios de la década de 1980, por la irrupción de la Internet.
No que las cosas hayan cambiado mucho en las tres décadas transcurridas desde la introducción del llamado protocolo de comunicación TCP/IP.
Este post no pretende ser un listado cronológico o en manera alguna exhaustivo.
Pero habrá quienes recuerden los debates en torno a si usar INTERNET o InterNet o si mejor definirla como Redes Interconectadas o Red Internacional (de Computadoras).
Aún en nuestros días persiste (relativamente, en el sentido de que todavía hay quienes preguntan) el debate en torno a si es LA Internet o EL Internet.
Y ya que estamos en ello, si se escribe con mayúscula inicial o en todo minúsculas.
Menos de una década después de la introducción del TCP/IP, con el establecimiento de la World Wide Web, pasó algún tiempo antes de que se desistiera de llamarla Telaraña Mundial. Cualquiera sea el grado de virtualidad que tuviese, es indudable que los hilos de esa Web eran lo suficientemente vigorosos para enredarnos a todos.
Parte del problema es la relativa rigidez que introduce en nuestro idioma la convicción de que no hay término correcto mientras no tenga el sello de la Real Academia Española.
Así, no había tal software sino que “soporte lógico” y, de usarlo, las itálicas o las comillas eran obligatorias para indicar que se trataba de un término originalmente en inglés.
Todo lo anterior no significa que el buen decir (o sea, el sancionado por la inclusión de un término en el DRAE) tenga algo de malo.
Aunque la lengua la haga la gente, no toda novedad adoptada por el uso es necesariamente buena o aconsejable.
Chat, que aquí se nos sugiere puede sustituirse por cibercharla o ciberplática, es uno de los vocablos recogidos por el uso cuya inclusión en el mataburros es solo cuestión de tiempo. “Chateemos más tarde” o “Te chateo luego” tiene ahora la misma naturalidad que el “Llamame” de hace años.
Pero la sola inclusión de un término en el DRAE no supone su aceptación plena.
Aunque no hay estudio alguno que valide la siguiente afirmación, todo parece indicar que no obstante la presencia de faxear en el mataburros se sigue prefiriendo “Envíame o Mándame un fax” al más práctico “Faxéame el documento”. (Hagan la prueba con Google: “faxear por Internet” arroja 3 míseros resultados, en contraposición a los 41 500 obtenidos con “enviar un fax por Internet”).
Ese proceso por el cual un sustantivo deviene en verbo no es siempre fluido.
El ingenio rebuscado de los publicistas resulta a veces en combinaciones escabrosas. Una telefónica anda por ahí ofreciendo instrucciones, “Para Messengerear desde tu…” (léase, para usar Messenger).
Para no mencionar el extendido “Te mensajeo más tarde” más común relacionado con lo que todavía se insiste en denominar “Envío de mensajes de texto”.
¿Y por qué no, textear?

Sunday, January 22, 2012

Esa palabra no existe

Existe, aunque los famas digan que no

Probablemente no exageraría si dijese que hasta el mismo día de su muerte (más acertado quizá será decir durante su vida entera), no hubo forma de convencer a mi abuela paterna de que frases como “Yo vide cuando los apresaron” estaban reñidas con el español moderno, con lo que el Diccionario Hispánico de Dudas (DPD) de la Real Academia Española (RAE) llama “la norma culta del español actual”.
No es que precisamente su uso de “vide” y otros arcaísmos (en conjunto, un reflejo del español que ella aprendió en sus años de escuela en las postrimerías del Siglo XIX y albores del Siglo XX) fuera un elemento constante de discordia.
Era, si acaso, algo esporádico, una reconvención que cabía esperar de sus nietos (antes que de sus hijos), cada vez que uno de ellos empezaba a aprender en la escuela los trucos y las trampas del lenguaje.
“No, 'má Menche (el diminutivo de Mercedes, su nombre de pila, que sigue siendo la forma como todos seguimos refiriéndonos a ella), así no se dice”, aventuraba uno.
Y sus hijos, nuestros padres o madres, que previamente habían recorrido el mismo camino, sonreían.
Ese recuerdo personal viene a cuento porque no son pocas las veces en que, antes que el más cortés “así no se dice”, muchos hemos escuchado la frasecilla de marras que encabeza este primer post: "Esa palabra no existe".
En muchas ocasiones, el pulgar abajo de quien condena refleja simplemente su desconocimiento del término. O de la manera como el lenguaje se estructura y el habla se forma.
No deja de ser cierto que la "inexistencia" de una palabra suele decretarla alguien que está en una posición de autoridad. (No viene al caso discutir si un edicto lingüístico de ese tipo desdice la presunta autoridad).
Por ahí, por ejemplo, circula en la Internet un post ya notorio en el que se nos instruye sobre una variedad de términos correctos o incorrectos. Y concluye: "Haiga no existe" (o algo por el estilo).
La admonición hace referencia al uso inapropiado del antiguo presente de subjuntivo del verbo haber: “haiga, haigas, etc., en lugar de haya, hayas, etc.” (DPD). Si yo respondo, “Dame lo que haiga” a la persona que me ofrece una bebida puede decirse que estoy usando un arcaísmo o que estoy hablando mal. No puede amonestárseme porque la palabra “no existe”.
Infrecuente es que las reconvenciones idiomáticas lleven la coletilla de, “según la RAE”. Infrecuente, digo, porque en la mayoría de los casos la alusión al Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) —el mataburros, para futuras menciones coloquiales en este blog— la hacen quienes no tienen ningún empacho en justificar su utilización de ciertos términos en el hecho de que figuran en el Larousse, el Oxford o cualquier otro listado de palabras, algo que el mataburros no es.
Es una especie de artificio dialéctico, si queremos llamarlo de algún modo.
La inexistencia de términos no es una tarea que el DRAE haya asumido en ningún momento.
Al menos en nuestra era contemporánea, la de la Internet (hay quienes prescindirán del artículo, escribirán el término con minúscula o lo masculinizarán: todos son correctos, vale aclarar), una consulta al DRAE sobre un término puede arrojar un mensaje como el que ilustra la foto adjunta a este post:

Aviso
La palabra cronopio no está en el Diccionario.

Pero de existir, existe.
Y desde mucho antes de principios de la década de 1960, cuando Julio Cortázar nos deleitó (aún sigue haciéndolo) con sus Historias de cronopios y de famas. Es sólo que “no está en el Diccionario”.
Por el contrario, y al igual que vide, haiga sí está.
En el caso de haiga no como arcaísmo, sino como término coloquial, de uso infrecuente, que mayormente se utiliza más en sentido irónico: “Automóvil muy grande y ostentoso”. Una explicación detallada de cómo “haiga” adquirió ese significado puede encontrarse aquí.
Los famas del lenguaje podrán decirnos que el término no existe. Los cronopios sabemos que no es así.