Saturday, August 31, 2013

My Heroes Have [Not] Always Been Cowboys

No se dejen engañar por el título, esta entrega no tiene nada que ver con la música country.
Sí, hay un motivo por el cual escogí para el título la canción que interpretaron cantantes de la talla de Waylon Jennings y Willie Nelson. Eso quedará claro en las próximas entregas.
Empiezo por relatarles una conversación que sostuvimos, hará ya poco más de medio siglo, yo y uno de mis amigos.
Video: no siempre han sido mis héroes

En ese entonces, tanto yo como mi amigo de infancia habíamos justo clausurado el primer año de lo que en mi país se conocía como Plan Básico.
Éramos, más bien, prepúberes pero nuestra mente nos agrandaba y, en lugar de vernos a nosotros mismos como niños ansiosos de ver lo que el final de la infancia deparaba para nosotros, nos considerábamos jóvenes, antes que adolescentes.
 “¿Ya leíste la Biblia entera?”, me preguntó mi amigo. Por la manera en que formuló su pregunta había un cierto desafío implícito, con un poco de jactancia añadido a la mezcla. Cualquiera [yo, en este caso] presentía que no era una pregunta porque sí. “Yo ya lo hice. Desde Génesis hasta Apocalipsis. Cada. Uno. De. Los. Versículos”, agregó mi amigo —así, con énfasis en cada una de las palabras de la última frase, sin esperar siquiera a que yo le respondiese.
Eso, leerse la Biblia entera, es toda una proeza. Para cualquiera, pero especialmente si se trata de un mocoso de 12 años. Si agrega uno a la corta edad de mi amigo el hecho de que la aritmética, los números [con el tiempo habría de graduarse de ingeniero civil] le interesaban más que cualquier otra disciplina académica, verán ustedes como su relato no pudo más que impresionarme.
“¿No me digás! ¿Te la leíste toda de una sola vez, sin parar, o te detenías después de leer cada uno de los libros?”, fue mi respuesta.
“¡N’ombre, no, por supuesto que no me la leí toda de una sola vez! Pero no me llevó más que unas cuantas semanas”, agregó mi amigo, para luego reiterar su pregunta. “¿Y vos? ¿Ya te leíste toda la Biblia? Yo no entiendo cómo vos, en un colegio religioso, no habrás hecho ya lo mismo que yo”.
Compañeros de aula durante toda la escuela primaria, ambos habíamos vuelto al pueblito de nuestra infancia para disfrutar de las vacaciones escolares con la familia.
Tras la primaria, habíamos partido hacia ciudades distintas para iniciar nuestra educación secundaria. A mi amigo lo habían matriculado en un colegio estatal laico, pero mis padres habían optado por matricularme en un colegio católico, aun cuando ninguno de los dos era particularmente religioso y obviando el hecho de que, por la influencia del lado paterno de mi padre, tanto yo como mis dos hermanos menores habíamos crecido en la Iglesia Bautista. [Yo sigo siéndolo y, como habrán leído algunos en previas entregas, me considero un cristiano evangélico —no necesariamente un buen cristiano— que batalla a menudo con cuestiones de la fe].
En su relato y autoevaluación de sus hazañas mi amigo, católico estudiando en un colegio laico, había tanto dado en el clavo como errado —no puede uno hacer ambas cosas, es la reacción normal que se escucha cuando se afirma algo así—.
No es que haya nada de malo con leer la Biblia de principio a fin, lo mismo si se hace en unos cuantos días, a lo largo de unas semanas o de todo un año o, inclusive, durante toda una vida. Simplemente me parece —algo que pensé tanto en ese momento como ahora— que emprender un esfuerzo tal, leer desde Génesis 1:1 hasta Apocalipsis 22:21 como un ejercicio de lectura simplemente porque los versos están ahí, como suele decirse, no resultará necesariamente en que uno crezca en la Palabra del Señor.
Bien puede haberle sucedido a mi amigo y a lo mejor también podría pasarle a alguien más. Para mí, sería el equivalente de recorrer las costas del mundo entero pero nada más con el agua hasta los tobillos. Y, una vez concluido el periplo, asegurar que se conoce a fondo los océanos.
Había algo en lo que mi amigo tenía razón —a lo mejor sin percatarse y producto, más bien, de un razonamiento equivocado—: la errónea noción esa de que estudiar en un colegio religioso y, de manera más específica, uno católico, era sinónimo de conocer la Biblia.

Friday, August 16, 2013

Manos las de mi madre

Mis coterráneos habrán reconocido el título de esta entrega sin dilación alguna.
Más de alguno inclusive —bien sea de generaciones que anteceden, o posteriores, a la mía— habrá continuado así, como en susurro contemplativo, los versos del poema Las Manos de mi Madre, del salvadoreño Alfredo Espino.

Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Solo ellas son las santas, solo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.

Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!


La obra del por muchos llamado Poeta Niño es de obligada lectura en las escuelas de mi país. Muchos, me atrevo a asegurarlo, desconocen sombríos detalles de su vida. Su minibiografía ofrece un fugaz vistazo a la contradicción entre la sublimidad de sus versos y su atormentado espíritu.
Los versos del poema de Espino están siempre muy próximos al recuerdo de mi madre. Más próximos están otros versos, de un poema mucho más sencillo. Obra de la Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral, se titula Caricia y lo reproduzco abajo. Lo aprendí de labios de Mayita cuando no había entrado siquiera a la escuela primaria. [Por ahí, en uno de mis blogs, he recordado cómo aprendí a leer siendo apenas un niño de brazos y cómo mi pasión por las letras, por escribir, es un reflejo de esa labor materna].
El lunes anterior, 12 de agosto, se cumplieron cinco años de la muerte de Mayita. Así que, en remembranza, aquí está el primer poema que ella me enseñó.


Manos las de mi madre
La maestra, años antes de conocerla 
Madre, madre, tú me besas,
pero yo te beso más,
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar...

Si la abeja se entra al lirio,
no se siente su aletear.
Cuando escondes a tu hijito
ni se le oye respirar...

Yo te miro, yo te miro
sin cansarme de mirar,
y qué lindo niño veo
a tus ojos asomar...

El estanque copia todo
lo que tú mirando estás;
pero tú en las niñas tienes
a tu hijo y nada más.

Los ojitos que me diste
me los tengo que gastar
en seguirte por los valles,
por el cielo y por el mar...
[Publicado el 16 de agosto de 2013 y actualizado el 10 de mayo de 2017, con el texto completo del poema de Alfredo Espino.]