Sunday, September 28, 2014

Un directorio sin números de teléfono

El Día Internacional del Derecho a Saber es una iniciativa relativamente nueva y, comparada con otras de carácter global, probablemente una de las menos conocidas. Tanto es así que wikipedia tiene nada más un esbozo en inglés y solo hay otros tres idiomas en los cuales puede obtenerse la información: árabe, ruso y ucraniano. Si se toman el trabajo de clicar en cada uno de los hiperenlaces para esos idiomas, verán que son, también, esbozos del tema.
Información más detallada sobre el proyecto se puede encontrar en su propio sitio web.
Me enteré del IRTKD [la sigla en inglés que me parece lo identificará mejor] más o menos por accidente. La semana pasada, mientras surfeaba la Internet en busca de noticias sobre mi país, me encontré con este artículo de El Faro, el ciberperiódico salvadoreño.
El autor detallaba ahí la publicación en ciernes de una investigación de Unfinished Sentences [Oraciones Incompletas, según su propia traducción] sobre el Libro Amarillo, un documento de más de 260 páginas en el cual la inteligencia militar salvadoreña catalogaba como “delincuentes/terroristas” a más de 2 000 personas. La existencia del libro solo se conoció al término del sangriento conflicto armado que asoló a El Salvador de 1980 a 1992.
De "terrorista" a comandante en jefe
De "terrorista" a comandante en jefe

Destacada en un marco amarillo por los responsables de la investigación figura, en el sitio web de Oraciones Incompletas, la imagen de Salvador Sánchez Cerén, actual presidente de El Salvador y, por lo tanto, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas que hará más de tres décadas lo incluyeron en el Libro Amarillo.

Tuesday, September 16, 2014

Más tiesos que los húsares

La frase del título no es mía, pero sí viene al caso porque proviene de una jocosa columna que mi buen amigo, el escritor y periodista Rafael Álvarez Mónchez, publicó hace poco más de medio siglo en las páginas de El Diario de Hoy.
En “Humor sin R” —o sea, Humo— Mónchez aprovechaba el relativo anonimato de su nom de plume, Ramón Chez, para hacer comentarios ligeros y en ocasiones, picantes y hasta capaces de incomodar a alguien, sobre el acontecer salvadoreño.
Lo mismo entonces que ahora debía de tener, el escritor, un cierto nivel de osadía para ejercer el humor.
Gastador en 1964
Flanqueado por dos condiscípulos

De manera que se explicarán también de dónde viene eso de “relativo anonimato” con que me refiero al seudónimo del colega, ya que no era nada difícil adivinar el verdadero nombre de quién avivaba la hoguera de donde se elevaba esa jovial columna de humo.
Tengo por ahí en el tintero una entrega con más detalles sobre mi buen amigo, que devino en colega y compañero de labores mío unos seis años después de que se publicase, el 11 de septiembre de 1964, la columna que podrán leer haciendo clic en la fotografía abajo.
En ese 15 de septiembre de hace medio siglo yo estaba aún en último año de secundaria.
Yo conocía a Mónchez por vínculos familiares, pero mientras él seguramente aporreaba el teclado en la redacción del “Dioy” yo, como gastador en las filas escolares del Colegio Marista de San Miguel, posaba luego del desfile en compañía de dos de mis condiscípulos, José Alonso Martínez, a mi derecha, uno de los miembros de la banda de guerra del ICO, y Amílcar David  Márquez, otro de los gastadores [uno de mis compañeros de entonces, Carlos I. Suárez, me ha corregido el error y me dice, también, que nuestro compañero se nos adelantó ya en el viaje sin retorno], como verán en la semiborrosa foto de hace medio siglo a inmediaciones de la Alcaldía Municipal migueleña.

Sunday, September 14, 2014

Día del Padre

A pesar de todo el contento y la alegría que mi padre significó siempre para mí, para nosotros, su familia, y teniendo en cuenta que muy raramente cabía esperar de él expresiones emotivas, no deja siempre de parecerme irónico que mis recuerdos más vívidos de él se remontan a unos cuantos episodios cargados de emoción y, en ocasiones, de lágrimas.  
Payito y yo, en Hablanzas
Payito y yo [1958]
Y más de alguno probablemente se preguntará por qué. El caso, verán, es que mi padre distaba mucho de ser una persona sofisticada, era más bien alguien a quien uno debería esforzarse para catalogarlo como complicado.
Con todos los seres humanos, naturalmente, hay cosas que no dejan de invitarlo a uno a hacer conjeturas, a preguntarse por qué alguien hace o dice esto o lo otro. En ese sentido, Payito no era ninguna excepción.
Lo que quiero decir con eso de que no era nada de sofisticado es que, como aprendí con el paso de los años a través de las narraciones anecdóticas de sus hermanos y parientes, y de sus amigos, a lo largo de su vida mi padre fue, básicamente, alguien que no cambió su manera de ser. Un hombre cuya tranquilidad correspondía a su fuerza, en quien las emociones no afloraban con facilidad.
Mi héroe es mi padre, respondí en una oportunidad al maestro que inquiría de mí y de otros asistentes a una clase, quién era la persona que más admirábamos.    
En un aula casi atestada mayormente por estudiantes recién salidos de secundaria, muchos de ellos cuyos padres eran médicos, abogados y adinerados terratenientes, tanto el que yo podía decir eso como el que ninguno de los demás lo hizo, y sabedor también de que conforme a sus estándares lo más probable es que lo considerarían nada más un personaje común, me llenó de orgullo a reventar, aun cuando Payito no estuviese ahí para escucharme decirlo. Él, sin embargo, lo sabía.