De lapsus linguae ... |
Quienes siguen con mayor o menor asiduidad estas Hablanzas y malhablanzas recordarán que, en más de alguna ocasión, he comentado los desaciertos que se dan a menudo en el lenguaje diario.
En una entrega que actualicé hace unos días para reflejar la inclusión de “vallenato” en el mataburros, mencionaba cómo el desconocimiento previo —la ignorancia, así a secas, pero un término capaz de ofender sensibilidades— lleva muchas veces a error.
El desfase entre lo literal y lo conceptual, apuntaba en una entrega anterior a la citada, es más evidente en los casos de traducciones equivocadas, que no siempre pasan a entintar las páginas de los periódicos.
La asombrosa definición de las cámaras a bordo de los satélites espía del Pentágono, se nos informaba en la década de 1980, podían captar desde los cientos de kilómetros de su órbita geosincronizada detalles tan precisos como el crecimiento incipiente de la barba al término de la jornada laboral.
La frase proverbial o modismo con que se hace referencia a la “soldier's five o'clock shadow” se tradujo (no se publicó así, pero se tradujo) como “la sombra de un soldado a las cinco de la tarde”.
La prisa puede también generar desaciertos, como quedó patente en la gacetilla periodística sobre un caso común de violencia callejera en una ciudad estadounidense, en la que un transeúnte fue “fatalmente disparado” —“fatally shot”, en el lenguaje original— antes que “mortalmente herido” o “herido de muerte” por el delincuente.
Hablando de disparos, por cierto, el relato de un diplomático centroamericano allá en la década de los 60 ilustraba los peligros de ignorar los regionalismos.
“¡Disparemos!”, según el narrador, fue la respuesta del insurgente suramericano al alerta de su cohorte centroamericano sobre la proximidad de fuerzas militares en busca de capturarles.
“El visitante quedó tendido ahí; su anfitrión vivió para contarlo”, concluía el diplomático su narración del —probablemente apócrifo— incidente.
Así las cosas, sería aconsejable cerciorarse de que un determinado interlocutor no esté armado si llegase uno a decir “¡Dispara tú!” en un restaurante o cafetería.
Hombre prevenido, después de todo, vale por dos, nos dice la paremia desde la era cervantina.
Modifiquen el refrán a “La gente prevenida…” si son ustedes congéneres de los políticos y burrócratas —ajem, perdón por el lapsus calami, burócratas— que en nuestros días usan “los ciudadanos y las ciudadanas” cada que abren la boca.
En nuestros días, como bien saben quienes leen estas Hablanzas, muchos de los desaciertos son producto de la insalubre —excesiva e indolente, también— confianza en los servicios de traducción en línea.
Los cibertraductores, si queremos llamarles así.
Lo de registros se lo debemos al lingüista estadounidense Martin Joos, quien categorizó los cinco niveles o aspectos en los que comúnmente se da la comunicación.
En pocas palabras, hay un nivel comúnmente accesible a todos y es ahí donde conviene evitar el uso de una cierta terminología que podría entorpecer la comprensión por parte de quien la oye o lee.
... a lapsus freudiano |
Porque al lapsus puede también llamársele, correctamente, “desliz”, según el mataburros, cabe conjeturar que en la traducción se optó por el registro más bajo.
A mi manera de ver las cosas, el problema es que, en el lenguaje coloquial la acepción de desliz, según el DLE, es la segunda.
Es decir que tendríamos, entonces, un lapsus freudiano.