Thursday, May 9, 2013

La cigarra no es [solo] un bicho

Es casi seguro que mis contemporáneos habrán captado de inmediato a qué me refiero con el título de esta entrega.
Y también lo habrá captado, me atrevería a asegurar, cualquiera que esté familiarizado con el cine argentino.
Fue hace 50 años —este pasado lunes 6, para ser preciso— que La cigarra no es un bicho llegó a las pantallas del cine. La comedia sería luego uno de los mayores éxitos de taquilla en América Latina.
Para su época, La cigarra no es un bicho fue una producción sumamente atrevida.
La cigarra y la hormiga en youtube
La fábula en youtube

Pero no es, necesariamente, una gran película. Su director, Daniel Tinayre, está citado en este blog diciendo que fue, “Mi peor película y la más imitada”.
El sexo es, como sabrán quienes hayan visto la producción, el principal ingrediente de la comedia.
Este minivideo en el que se destaca al elenco y uno de mayor duración, con la parte dos del filme, están disponibles en youtube para quienes no hayan tenido hasta ahora la oportunidad de disfrutarlo.
Más memorable en términos de la cinematografía argentina —a juzgar tanto por el contenido del hiperenlace anteriormente citado como por el de este otro blog— parece ser el siguiente dato: La Cigarra figura en los anales filmográficos como la primera producción nacional en la que un actor argentino dice, por vez primera en la pantalla grande, una “mala palabra”.
Cito, sin editar, del primer blog:

“En esta película se escucha por primera vez en el cine nacional una mala palabra o puteada, esta puteada es "Pelotudo" y la pronuncia nada menos que Luis Sandrini, el público estalló en carcajadas sorprendido por el epíteto en boca de un primer actor acostumbrado a brindarnos personajes tiernos ingenuos y sobre todo hasta ese momento muy blancos”.

Traigo a cuento ese medio siglo de aparición de La cigarra no es un bicho porque coincide, de manera curiosa, con la inminente invasión en gran parte del noreste de los Estados Unidos, de miles de millones de cigarras.
Tal como sucedió en las primaveras de hace 34 y 17 años, las cigarras [chicharras, las llamamos en mi país nativo] figuran de nuevo muy al tope de las informaciones periodísticas en el territorio norteamericano.    Una búsqueda en Google con la sequencia “cicadas 2013” les dará, en inglés, una profusión de artículos y datos diversos sobre el fenómeno. Pueden leer artículos como este del diario Washington Post o también este otro que igualmente les guiará a este video de National Geographic sobre cómo se escuchará cuando las cigarras inicien su concierto.
Hay historias sobre las cifras relacionadas con la invasión, así como también otras —si es que por ahí uno le ha dado en algún momento consideración al tema— en torno a si puede o no servir de merienda.
Las cifras que se manejan, se darán cuenta, son estratosféricas: lo mismo puede haber 600 chicharras por cada ser humano o el total que en algún momento saldrá a la superficie bien podría ser entre un mínimo de 30 mil millones o de un billón.
La atención que rodea de nuevo a la cigarra —por apenas solo la tercera vez en escasamente menos de siete lustros— es bien merecida.
Aquellos, como yo, más familiarizados con el canto anual de la cigarra no podríamos estar más que emocionados por el barullo que los medios estadounidenses han armado esta vez en torno al humilde y con frecuencia calumniado insecto.
Porque para nosotros —espero que coincidirán conmigo— las cigarras son más que simplemente un insecto estridente y de ojos saltones.
Son recuerdos de fábulas aprendidas en el regazo de una madre, leídas por familiares o hermanos mayores o recitadas por maestras al frente de un pizarrón, cuando apenas comenzábamos a leer.
Un aparte, a propósito de la fábula.
En inglés, en el relato de Esopo quienes estelarizan son la hormiga y el saltamontes.
Todos sabemos que las historias infantiles no tienen, necesariamente, que tener ningún sentido.
La titularidad del saltamontes quizá se deba, no les parece, al ciclo ese de 17 años que ahora ocupa los titulares de los periódicos.  
Porque por más crédulo que pueda ser un niño, siempre será más fácil hablarle de un saltamontes —o grillo, según el caso— que de una cigarra, que nada más se aparece por ahí cada 17 años.

Para nosotros, además de cosa de fábula, las cigarras son también canciones de amor, como este sentido huapango que interpreta la Embajadora de la Canción Mexicana María de Lourdes en esta película de 1965 que incluye la composición más conocida del cantautor mexicano Ray Pérez y Soto —quien, asimismo, a principios de la década de 1960 también compuso el Corrido a John F. Kennedy que figura en el LP cuya carátula se puede ver en este sitio web.
El huapango de Pérez y Soto data de la década de 1940 y una anterior versión la grabó el Trío Calaveras, en el ritmo huasteco del huapango.
Lo más probable es que muchos hayan escuchado La Cigarra de Pérez y Soto en el más ampliamente publicitado éxito de Linda Ronstadt, que salió al mercado a mediados de los 80.
Humilde y difamada, la cigarra, mencioné antes.
Pero sumamente reconocida.
La cigarra figura también en poemas, como en este del salvadoreño David Escobar Galindo:


EL MADRECACAO
Amaneció vestido de rapsoda
-soñando con la Iliada rosada-.
Pero su canto fue tan solo
un fuego triste de chicharras.