Wednesday, November 1, 2023

De nuevo a las andadas

De lapsus linguae ...

Quienes siguen con mayor o menor asiduidad estas Hablanzas y malhablanzas recordarán que, en más de alguna ocasión, he comentado los desaciertos que se dan a menudo en el lenguaje diario.
En una entrega que actualicé hace unos días para reflejar la inclusión de “vallenato” en el mataburros, mencionaba cómo el desconocimiento previo —la ignorancia, así a secas, pero un término capaz de ofender sensibilidades— lleva muchas veces a error.
El desfase entre lo literal y lo conceptual, apuntaba en una entrega anterior a la citada, es más evidente en los casos de traducciones equivocadas, que no siempre pasan a entintar las páginas de los periódicos.
La asombrosa definición de las cámaras a bordo de los satélites espía del Pentágono, se nos informaba en la década de 1980, podían captar desde los cientos de kilómetros de su órbita geosincronizada detalles tan precisos como el crecimiento incipiente de la barba al término de la jornada laboral.
La frase proverbial o modismo con que se hace referencia a la “soldier's five o'clock shadow” se tradujo (no se publicó así, pero se tradujo) como “la sombra de un soldado a las cinco de la tarde”.
La prisa puede también generar desaciertos, como quedó patente en la gacetilla periodística sobre un caso común de violencia callejera en una ciudad estadounidense, en la que un transeúnte fue “fatalmente disparado” —“fatally shot”, en el lenguaje original— antes que “mortalmente herido” o “herido de muerte” por el delincuente.
Hablando de disparos, por cierto, el relato de un diplomático centroamericano allá en la década de los 60 ilustraba los peligros de ignorar los regionalismos.
“¡Disparemos!”, según el narrador, fue la respuesta del insurgente suramericano al alerta de su cohorte centroamericano sobre la proximidad de fuerzas militares en busca de capturarles.
“El visitante quedó tendido ahí; su anfitrión vivió para contarlo”, concluía el diplomático su narración del —probablemente apócrifo— incidente.
Así las cosas, sería aconsejable cerciorarse de que un determinado interlocutor no esté armado si llegase uno a decir “¡Dispara tú!” en un restaurante o cafetería.
Hombre prevenido, después de todo, vale por dos, nos dice la paremia desde la era cervantina.
Modifiquen el refrán a “La gente prevenida…” si son ustedes congéneres de los políticos y burrócratas —ajem, perdón por el lapsus calami, burócratas— que en nuestros días usan “los ciudadanos y las ciudadanas” cada que abren la boca.
En nuestros días, como bien saben quienes leen estas Hablanzas, muchos de los desaciertos son producto de la insalubre —excesiva e indolente, también— confianza en los servicios de traducción en línea. Los cibertraductores, si queremos llamarles así.

Es asimismo posible que las deficiencias en una determinada expresión reflejen la utilización impropia de un registro ajeno al necesario.
Lo de registros se lo debemos al lingüista estadounidense Martin Joos, quien categorizó los cinco niveles o aspectos en los que comúnmente se da la comunicación.
En pocas palabras, hay un nivel comúnmente accesible a todos y es ahí donde conviene evitar el uso de una cierta terminología que podría entorpecer la comprensión por parte de quien la oye o lee.

... a lapsus freudiano
Los verbal slips
—errores verbales, o lapsus linguae— del perdedor de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020 a los que se refiere el artículo original del New York Times en la captura de pantalla incluida arriba, se tradujeron como “deslices” en la versión en español publicada luego por el mismo matutino.
Porque al lapsus puede también llamársele, correctamente, “desliz”, según el mataburros, cabe conjeturar que en la traducción se optó por el registro más bajo.
A mi manera de ver las cosas, el problema es que, en el lenguaje coloquial la acepción de desliz, según el DLE, es la segunda.
Es decir que tendríamos, entonces, un lapsus freudiano.

Thursday, October 12, 2023

Mirando cosas viejas

Como quedará claro en esta breve entrega, el título nada tiene qué ver con ninguna melodía de salsa ni con mirarse —vale, vale, pues, mirarme, para ser más exacto— en un espejo.
Me refiero más bien a las capturas de pantalla (fotografías, si lo prefieren) de dos de mis poemas preferidos, que reproduzco a continuación.
Con galantería, sin temor
Colgué ambas fotos hace ya más de una decena de años, meses antes de las fechas en que se revive el debate anual sobre lo que antes llamábamos el Día de la Raza.
La virulencia en torno a la llegada de Cristóbal Colón a nuestra América continúa.
La oda de Neruda a las palabras —al lenguaje, de hecho— deja patente que si se aprecia solo desde el punto de vista de quienes aborrecen la noción del “descubrimiento”, esa virulencia se afinca en el error [digresión — qué les parece leer ahí, a mitad del prosema: “Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció.”)
Una vía de va y ven


En Hablanzas he dicho en numerosas oportunidades que esto del lenguaje ha sido, desde siempre, un intercambio, una amplia calle de va y ven, antes que una vía de sentido único.
Se acordarán de cigarro , la expresión maya que saqué a cuento en la entrega sobre el mofletudo e indigesto viajero ferroviario.
En varias oportunidades, no necesariamente en este blog, he mencionado que tiza, del náhuatl tizatl, según apunta el DLE, parece ser el término preferido en la península, en contraposición al uso de yeso en América.
Nos dejaron las palabras, nos dice don Neftalí, pero también se llevaron otras como tiza y cancha, del quechua kancha “recinto, cercado”.
El uso extendido de ambos términos —extranjerismos, de hecho, porque provienen de otros idiomas— en la actualidad no necesariamente implica que se los adoptara fácilmente.

Saturday, October 7, 2023

De cómo utilizar "mico mandante"

Al amanecer, estragado por la tormentosa vigilia, apareció en el cuarto del cepo una hora antes de la ejecución. “Terminó la farsa, compadre —le dijo al coronel Gerineldo Márquez—. Vámonos de aquí, antes de que acaben de fusilarte los mosquitos.” El coronel Gerineldo Márquez no pudo reprimir el desprecio que le inspiraba aquella actitud. — No, Aureliano —replicó—. Vale más estar muerto que verte convertido en un chafarote. — No me verás —dijo el coronel Aureliano Buendía—. Ponte los zapatos y ayúdame a terminar con esta guerra de mierda.
Cien Años de Soledad


Tras haber colgado de nuevo en mi muro de Facebook, hace unos días, la entrega esta en Hablanzas sobre los apodos, los comentarios de un par de amigos me han animado a revisitar el tema.
“Con frecuencia me río cuando recuerdo el mundo fascinante de los cipotes de ayer, del entonces cargado de años”, me dice Tito, cuate de adolescencia que figura en la lista detallada al pie del artículo con los dos motes por los cuales, seguramente, habrá quienes le recuerden —o, quizá, identifiquen— con más facilidad.
Como seguramente habrán de percatarse quienes decidan leer el listado, no todos los sobrenombres se explican por sí mismos.
La lista, por ejemplo, incluye cuatro “Chele”, término que por lo general describe a alguien de tez sumamente clara. Lo de “Loco”, en otros casos, no alude necesariamente a personas con dificultades conductuales, aun cuando en algún caso bien puede ser más que acertado.
A uno de mis mejores amigos y colegas, Rolando, la mención de Chocolate le ha hecho recordar que “todo iba bien” en su fiesta de Primera Comunión hasta que el payaso comenzó a entonar canciones que hacían reír a los peques, pero horrorizaban a las mamás.
“ ‘Una frase frecuente del personaje era: ¡No se vayan, que ahora viene la Sandra!’, y levantaba las cejas con picardía mientras una muchacha de senos desbordantes, gran nalgatorio y no menos panzuda, con poca ropa, aparecía en escena”, agrega.
En ese mismo comentario, Rolando rememora el apodo de “Mico Seco” con que se llamaba en sus años de secundaria a uno de sus condiscípulos, “por tener una flaca contextura, en particular, rodillas de robustos cóndilos que la piel ni los músculos lograban disimular.”
Lo de “mico” alude a la primera de las acepciones del término en el mataburros, aunque bien podría  haberse utilizado en ocasiones para hacer referencia a alguna de las otras ahí listadas.
La primera de las acepciones fue también la intención de José María “Chema” Méndez, el jurista salvadoreño autor de muchos cuentos en los que imperaba el humor.
Méndez utilizó lo de "mico" para mofarse de quienes lo torturaron en su época de disidente.
En una de sus obras, citaba el doctor al raso que respondía a la orden del superior de turno y acotaba algo así como: No quedó claro en su respuesta si el subalterno decía, "mi comandante..." o "mico mandante..." [itálicas porque no es una cita textual].
En el caso de Chema Méndez, que dio en llamarse “Flit” cuando hizo de columnista en uno de los periódicos salvadoreños allá a mediados del siglo anterior —de donde “Fliteando”, como se titulaba su columna— es más que natural relacionar lo de “mico mandante” con un gobernante militar.
Pero queda claro que es aplicable a cualquiera que presuma de dictador.

Este solo se usaba contra las plagas
[Un breve aparte para explicar lo de “Flit”, la marca comercial de un insecticida cuya venta se descontinuó luego de determinarse los perjuicios causados por el DDT, uno de sus componentes principales. Se utilizaba mayormente con un atomizador, como el encontrado en Wikipedia que ilustra esta entrega.]
De uso más específico para referirse a los militares son otros dos términos despectivos: gorila y chafarote. Este último, como se darán cuenta en el mataburros, se origina en un término que en sí y por sí nada tiene de despectivo.