Friday, August 16, 2013

Manos las de mi madre

Mis coterráneos habrán reconocido el título de esta entrega sin dilación alguna.
Más de alguno inclusive —bien sea de generaciones que anteceden, o posteriores, a la mía— habrá continuado así, como en susurro contemplativo, los versos del poema Las Manos de mi Madre, del salvadoreño Alfredo Espino.

Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Solo ellas son las santas, solo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.

Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!


La obra del por muchos llamado Poeta Niño es de obligada lectura en las escuelas de mi país. Muchos, me atrevo a asegurarlo, desconocen sombríos detalles de su vida. Su minibiografía ofrece un fugaz vistazo a la contradicción entre la sublimidad de sus versos y su atormentado espíritu.
Los versos del poema de Espino están siempre muy próximos al recuerdo de mi madre. Más próximos están otros versos, de un poema mucho más sencillo. Obra de la Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral, se titula Caricia y lo reproduzco abajo. Lo aprendí de labios de Mayita cuando no había entrado siquiera a la escuela primaria. [Por ahí, en uno de mis blogs, he recordado cómo aprendí a leer siendo apenas un niño de brazos y cómo mi pasión por las letras, por escribir, es un reflejo de esa labor materna].
El lunes anterior, 12 de agosto, se cumplieron cinco años de la muerte de Mayita. Así que, en remembranza, aquí está el primer poema que ella me enseñó.


Manos las de mi madre
La maestra, años antes de conocerla 
Madre, madre, tú me besas,
pero yo te beso más,
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar...

Si la abeja se entra al lirio,
no se siente su aletear.
Cuando escondes a tu hijito
ni se le oye respirar...

Yo te miro, yo te miro
sin cansarme de mirar,
y qué lindo niño veo
a tus ojos asomar...

El estanque copia todo
lo que tú mirando estás;
pero tú en las niñas tienes
a tu hijo y nada más.

Los ojitos que me diste
me los tengo que gastar
en seguirte por los valles,
por el cielo y por el mar...
[Publicado el 16 de agosto de 2013 y actualizado el 10 de mayo de 2017, con el texto completo del poema de Alfredo Espino.]

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