Para esa época, el ex secretario de Estado norteamericano estaba a solo unas cuantas semanas de volverse un septuagenario y tenía unos diez años de haberse alejado de las altas esferas del poder en la política de Estados Unidos [como pueden leer aquí, Rusk comparte con William Seward la distinción de haber ostentado por el segundo período más extenso en la historia el cargo de Secretario de Estado norteamericano, superados los dos únicamente por Cordell Hull].
No fue algo fortuito. Y si bien tuve la oportunidad de chocarlas con el avezado diplomático, tampoco fue uno de esos encuentros únicos, del tipo “¿Cómo-está-usted, señor-Espinoza?-Encantado-de-conocerle,-señor-Secretario”.
Durante varios años desde su jubilación del gobierno, Rusk había sido catedrático de derecho internacional en la Universidad de Georgia, en Athens.
Tuve la oportunidad de conocerlo porque Rusk era la personalidad invitada durante una reunión para estudiantes extranjeros organizada en Toccoa Falls, en las montañas del noreste de Georgia.
Acompañado de mi familia, yo asistía —a invitación del Departamento de Estudiantes Extranjeros de Georgia State University, en Atlanta— para la celebración del Día de Acción de Gracias, como era el caso también de decenas de otros alumnos, tanto de GSU como de distintas universidades en el área.
Como diplomático, Rusk demostró dotes que pondrían verde de envidia a cualquier político.
“¡Por supuesto que puedo posar con usted!”, fue su respuesta a uno de los que le saludaron antes de que llegara mi turno.
Y tras mencionar a un político o diplomático cuya fama precedía la suya propia, agregó: “¡Hasta puede alzar su dedo índice frente a mi cara, en caso de que en alguna ocasión futura quiera hacer alarde de que me amonestó por algún motivo!”
Su tono era, naturalmente, de broma. Aunque no era alto en demasía y comenzaba a encorvarse por la edad, era en definitiva más alto que su interlocutor. La diferencia de estatura —lo mismo física que intelectual— hubiese desmentido la aseveración.
Al momento de esa reunión, la turbulencia en Irán estaba en plena efervescencia y la caída del sha a menos de tres meses en el futuro.
Nadie sabía entonces cuánto duraría el sha, pero muchos sospechábamos, como suele decirse, que era solo cuestión de tiempo.
Un buen número de los huéspedes en esa reunión de tres días eran estudiantes iraníes y, de hecho, quien había pedido a Rusk que posase para una foto era precisamente uno de los que más acerbamente había criticado el papel de los Estados Unidos en Irán [en esencia, ¿por qué la continuación del respaldo al sha si todo presagiaba su inminente derrocamiento?] cuando el ex jefe diplomático había disertado sobre la política exterior estadounidense.
No se trata, fue la respuesta de Rusk a las reclamaciones, de si el sha debería o no abandonar el poder, sino más bien de quién habría de reemplazarlo y de qué manera impactaría ese reemplazo tanto a los Estados Unidos como al resto del mundo [no es como que estuviese tomando notas, de manera que evito las comillas porque es una paráfrasis y no una cita textual].
La mención de Rusk traerá a la mente de muchos al funcionario gubernamental —uno de muchos, a decir verdad— vilipendiado por su actuación en todo lo relacionado con la guerra de Vietnam. Lean su obituario para recordar el precio que tuvo que pagar por ello.
La pérdida de una leyenda, dice Obama |
Cierto es que Rusk no era un político [en términos de funcionario de elección popular] ni Foley un diplomático [en tanto a que no trabajaba desde un despacho en Foggy Bottom, la sede del Departamento de Estado]. Pero eran, cada uno, tanto diplomático como político. Ambos eran abogados y ninguno de los dos era, precisamente, de familia adinerada. Cada uno de ellos, por otra parte, tiene a nivel personal logros sustanciales que los distinguen de otros políticos o diplomáticos.
Pueden leer, en Internet, muchísimos artículos sobre el señor Foley, incluyendo este en el que se cita al presidente Obama lamentando su deceso como la pérdida de “una leyenda del Congreso de los Estados Unidos”, en donde entre muchos de sus éxitos como líder figura su labor para ayudar al presidente Bill Clinton a conseguir la aprobación legislativa del NAFTA, el Acuerdo de Libre Comercio en América del Norte, no obstante la enconada oposición de muchos de sus correligionarios demócratas.
Unos cinco años después de haber conocido a Dean Rusk tuve la oportunidad de hacer lo propio con Tom Foley en sus oficinas del Capitolio.
Escasos días después de que Ronald Reagan ordenase la invasión de Grenada, fui parte de un grupo de corresponsales de prensa extranjeros con sede en Washington a quienes se invitó a viajar a la isla caribeña para informar de las secuelas de la operación Urgent Fury.
Foley, para esa época jefe de disciplina legislativa [Whip] demócrata, fue el designado para hablar con el grupo sobre cuál era la postura de su partido [en general, del Congreso] en torno al tema.
Posteriormente, el legislador habría de encabezar una delegación del Congreso que fue a la isla caribeña para evaluar la invasión y sus secuelas.
La conclusión, diría Foley luego, es que la operación fue “justificada”, aunque previno que esa conclusión no debía interpretarse como una señal de que, en el Congreso, “creemos que Estados Unidos debería ir por todo mundo montando acciones militares para invadir países, solamente por lo que pudiera ser su política exterior”.
Conocer a políticos [aunque sea por invitación expresa] no necesariamente significa que habrá uno de convertirse en conocido. No voy a decirles que esa reunión a fines de octubre de 1983 me hiciera reconocible para alguien de su importancia [en términos de sucesión presidencial, el líder de la Cámara de Representantes es el tercero en la lista], aunque como parte de mis labores coincidiese con relativa frecuencia en eventos de prensa en los que Foley figuraba como participante o asistente.
Pero a lo largo de mis años de laborar en Washington fui lo bastante afortunado como para tener la oportunidad —por ejemplo, en la ocasión esa de la foto en la que converso con Foley durante una recepción en el Club Nacional de Prensa— de apreciar que se trataba, como dice el título en inglés en uno de los hiperenlaces, de "un político inusitadamente cortés".
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