Durante más de 64 años, Brasil ha cargado con el sambenito del Maracanazo, la derrota de 2-1 ante Uruguay en el último partido disputado en la Copa Mundial FIFA de 1950.
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Este exorcismo fue en la pantalla |
Más irritante aún: en vista del formato adoptado para la disputa de 1950, Brasil necesitaba de solo un empate para coronarse monarca del fútbol mundial.
En prácticamente cualquier recuento que uno lea de la fatídica fecha encontrará la mención de suicidios en Brasil tras el insólito revés.
Eso no es solo historia brasileña ni parte nada más del folclore futbolístico.
Avancemos ahora a 2014.
Brasil es en la actualidad no solo una potencia económica regional sino también global y, con cinco trofeos previos de Copa Mundial en su bitácora, no era de extrañar que esta de 2014 se hubiese planificado como la oportunidad perfecta para exorcisar los demonios que les han agobiado desde 1950.
Una sexta Copa Mundial habría sido algo sin precedentes, el proverbial sello de oro que habría de ratificar el estatus de Brasil como potencia preeminente en el fútbol mundial.
La zarandeada de 7-1 con que Alemania mangoneó el martes a la escuadra brasileña en Belo Horizonte hizo más que echar por la borda el más costoso exorcismo de la historia. No solo no hizo desaparecer el Maracanazo sino que lo magnificó, agregándole ahora el Mineiraoazo.
Será el tiempo mismo el que dirá si tendrán que pasar otros 64 años —o más— para borrar —o, por lo menos, mitigar— la memoria de ambos fracasos.
En especial porque implican una confrontación, las competiciones deportivas invocan, a menudo, similitudes con el lenguaje de las guerras o los conflictos armados.
Cada quien puede juzgar, según le plazca, la intensidad con que los demás [los brasileños, en el caso presente] idolatran a sus deportistas o sufren sus debacles. Una cosa, sin embargo, es clara: solo los brasileños saben cuán mal deben sentirse.
A nivel individual, el Maracanazo bien podría compararse a la reacción del pretendiente en ciernes cuando escucha un, “Gracias, ¡pero siempre no!” El Mineiraoazo vendría a ser entonces algo así como una frase adicional de, “¡La gente podría vernos juntos!”
Multipliquen eso por 200 millones y a lo mejor podrán tener entonces alguna somera idea de cómo se sienten ahora los brasileños
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