Monday, December 31, 2018

El Chaparrastique: conflación y leyenda


Permítanme, antes de entrar en materia sobre el título de esta entrega, un breve rodeo para explicar el uso ahí de conflación, un término que el mataburros cataloga como desusado.
Podrá parecerles que la incorporación tiene un poco de rebuscada: si ha dejado de usarse, como la RAE define el término en su segunda acepción, a qué emplearlo entonces, ¿nu’es así?

Apuntamientos, David J. Guzmán
Un siglo después de la erupción
Lo de conflación viene a cuento, más bien, porque cuando me di a pergeñar la entrega esta tenía en mente una variedad de temas.
Uno de ellos se refería a contarles de la joven mujer esta a quien adoro sobremanera —no se escandalicen por lo de “joven mujer”, a mi edad el resto del mundo es joven— y que canta muy bien (aunque jamás lo ha hecho ni lo hará para mí, a título personal).
Nada más diré por el momento. Sepan, no obstante, que por ahí llegarán, cuando el ingenio me preste auxilio, unas líneas dedicadas.
Hablando de cantar, por cierto, hay por ahí unas canciones de las que voy a decirles algo en su oportunidad, algunas de ellas relacionadas con eventos y otras con vivencias propias —lo cual no implica, necesariamente, personales.
Para usar una expresión común pero igualmente desfasada, en el tintero también flotan memorias de personajes de la política, el teatro y la literatura.  

Por ahí les avisaré cuando estén listas para que me hagan el favor de leerlas.
Pero bien, ¡A lo que te truje, Chencha! Corto el rodeo y manos a la obra.
Este pasado fin de semana, el sábado 29, para ser exactos, se cumplieron cinco años de que publiqué en estas Hablanzas la entrega titulada, 
El Chaparrastique: erupción y leyenda.
Incluyo aquí el enlace para evitar la repetición de lo ahí dicho: en esencia, es clara la discrepancia entre las fechas de las erupciones y el evento específico que amenazó, directamente, lo que es ahora el actual casco suburbano de San Miguel.



Escribí hace cinco años:

Volvamos, sin embargo, a la leyenda. Es bien posible, me parece, que en ese recuento de la milagrosa intervención marian
a de 1787 no haya discrepancia alguna con lo sucedido. Al fin y al cabo, bien pudo haberse dado una rogatoria en 1762.
Y bien puede ser asimismo que, al recibir la noticia de un nuevo brote de lava, los fieles se lanzaran en procesión hacia la zona para prevenir una repetición de lo sucedido 25 años antes, aunque la trayectoria del magma volcánico fuese distinta. 
El testimonio mismo de los científicos apoya mi conclusión de hace un lustro y lo detallo ahora. 

A finales del Siglo XIX, el científico salvadoreño David J. Guzmán publicó “Apuntamientos”, cuya portada y otras páginas selectas digitalizadas por Google reproduzco aquí.


Los ruegos en 1787
Hechos inconexos, ruegos reiterados
Guzmán, fundador del ahora Museo Nacional de Antropología que en la actualidad lleva su nombre, es también el autor de la Oración a la Bandera (la captura de pantalla del PDF con el texto también está incluida aquí), uno de los credos cívicos que hacen que su nombre sea reconocido básicamente hasta por pequeñuelos de parvularia.
Como también lo hace el estudio geológico reseñado en mi entrega de hace cinco años, Guzmán precisa que la erupción de 1787 arrojó lava hacia las poblaciones de Quelepa y Moncagua, al norponiente de San Miguel, y hacia el entonces camino real que unía a San Miguel con Usulután.
Pero Guzmán recoge el relato de una autoridad migueleña, José Antonio de Andrade, al gobernador intendente, doctor José Ortiz de la Peña, con fecha 24 de septiembre de 1787, unos seis meses después de la erupción.  La cita pueden leerla en la página digitalizada. La conflación —es decir, la fusión esa de dos eventos registrados en un intervalo de 25 años con el fervor religioso— fue real.
Pero no hubo, en 1787, amenaza alguna contra la ciudad, aunque ese sí pudo ser el caso en 1762.


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