El apunte biográfico es lo suficientemente detallado como para apreciar la magnitud de la empresa a la que Tyndale dedicó su vida.
Es una empresa que incide tanto en la libertad religiosa, de culto, como en la libertad de expresión.
Mientras en una era de genuina efervescencia religiosa, cultural, política, etc., las estructuras establecidas del poder insistían en mantener la Biblia [las Sagradas Escrituras] a distancia de los fieles —porque el latín no era, precisamente, el lenguaje de las masas— Tyndale [como Martín Lutero y muchos otros] abogaba en contrario.
No es solo una gran obra literaria |
Es Cipriano de Valera, el revisor de la traducción al español de la Biblia por Casiodoro de Reina, uno de los que denuncia en el prólogo de su Biblia del Cántaro el absurdo de las autoridades eclesiásticas.
Dice, luego de mencionar a uno de sus opositores: “[B]asta saber que el Espíritu Santo dictó la Sagrada Escritura en lenguas vulgares y comunes que todos en aquellos tiempos entendían, que eran la Hebrea en tiempo de los Profetas, y la Griega en tiempo de los Apóstoles; y que para que todos la lean la dictó, no exceptuando sexo ni edad, ni cualidad de persona alguna”.
Si la Biblia en sus principios se conoció y se propagó en el lenguaje de las masas: hebreo, en el caso del Antiguo Testamento, y griego, para el Nuevo, ¿a qué circunscribirla entonces a un entorno elitista manteniéndola en latín?
Tanto al leer esa cápsula biográfica como cualquier otro dato relacionado con Tyndale, a nadie escapará la mención casi obligatoria que se hace de su aporte a la lengua inglesa, justo ahí a la par de William Shakespeare —el referente en términos del idioma junto con la Biblia del Rey Jacobo [o Jaime, según algunos], la cual refleja en más de un 76% la labor de Tyndale.
No han faltado nunca y persisten quienes consideran a la Biblia “una fabulosa obra literaria”.
No se equivocan. Pero no es solo eso.
¿Se acuerdan de David, el héroe de escuela dominical? A él se le atribuye la autoría de muchos de los Salmos, poesía pura todos. En una de las entregas de esta serie mencioné como, una vez crecemos, David pasa de héroe a simple ser humano, con las mismas flaquezas que cualquiera de nosotros.
Tyndale y muchos otros, creo yo, entendieron que David no es solo ejemplo de ingenio literario ni de flaqueza humana, sino muestra de la bondad divina, de la redención producto del arrepentimiento.
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