Saturday, March 28, 2015

Cuando mataron a monseñor - i

En abril de 1989, escasas semanas después de que las elecciones presidenciales en El Salvador diesen como resultado la victoria de Alfredo Cristiani, yo cubría en el Centro Carter de Atlanta (Georgia) una conferencia a la que asistían políticos de Estados Unidos, Canadá, América Latina y el Caribe.
Era enviado especial de notimex —la agencia mexicana de noticias— al encuentro que revestía especial importancia para el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, algunos de cuyos funcionarios figuraban en la lista de oradores destacados.
El auditorio donde habría de celebrarse una rueda de prensa estaba prácticamente desierto y yo aprovechaba el receso y la relativa calma para descansar, luego de “pulir” un despacho en mi computadora portátil.
Portada de Hablemos
Romero en su estudio
“Lots of work? How do you think the meeting is going? [¿Mucho trabajo? ¿Qué le parece la conferencia?]”, escuché de súbito decir al anfitrión, el ex presidente Jimmy Carter.
Parecía estar solo y sin escolta alguna, aunque el agente del Servicio Secreto encargado de protegerlo debía estar por ahí a poca distancia.
Tras reponerme de la sorpresa —el sistema de seguridad era estricto pero no es así como así que uno se topa de repente con Jimmy Carter sin que haya ningún prójimo custodiándolo—, saludarlo e identificarme, la famosa sonrisa del ex presidente pareció agrandarse más cuando, a preguntas suyas, le dije mi nacionalidad.
“¿Cree que habrá alguna oportunidad de que podamos ayudar a Cristiani? Me gustaría mucho hacerlo”, dijo Carter.
“No sé si él estará interesado en recibir ayuda, pero no me cabe duda de que va a necesitar de mucha”, respondí, en tono más bien ambiguo, sabedor de que aún en nuestros días muchos en El Salvador lo consideran anatema.
El intercambio no duró mucho pero de modo un tanto involuntario me hizo rememorar, como me sucede a menudo con elementos aparentemente inconexos al momento específico, las vivencias de años idos.
El día en que monseñor Romero fue asesinado, Robert White tenía apenas semanas de haber llegado a El Salvador, tras su designación como embajador por Carter.
El presidente demócrata hizo de los derechos humanos uno de los pilares de su política exterior y White, como su embajador en Paraguay, había sido uno de los principales promotores de esa estrategia.
Detalles sobre White y la manera en que los sucesos en El Salvador truncaron su carrera diplomática se han divulgado ampliamente desde entonces. En 2001, unas dos décadas después de su ignominioso cese en el cuerpo diplomático estadounidense por el gobierno de Ronald Reagan, este detallado perfil resumía lo que muchos habían aprendido de la historia del ex marino a lo largo de los años.
El artículo recoge una anécdota que White probablemente narró en más de una oportunidad y que pone de relieve la chispa que exhibía con frecuencia.
“Cuando era un joven funcionario, en un vuelo hacia América Latina me senté junto a Juan de Onis, el reportero del New York Times”, narra White a la autora. “Me preguntó quién era yo y adónde me dirigía. Le dije que era miembro del Servicio Exterior y que iba a tomar posesión de un nuevo cargo. Me miró y dijo, ‘Todo el mundo sabe que a esa región destacan a la escoria del Departamento [de Estado]’. Y yo le respondí: ‘Según me dicen, lo mismo hace el New York Times’. Trabamos amistad de inmediato”.
La ocasional mordacidad de ese ingenio no era captada siempre por los interlocutores del diplomático.
Meses antes de que el asesinato de monseñor Romero marcase el principio de la agudización del conflicto armado y a solo escasas semanas del golpe de estado del 15 de octubre de 1979, White conversaba en la antigua Casa Presidencial salvadoreña con los jefes militares.
Al parecer, en algún momento del coloquio uno de esos jefes respondió a las interrogantes de White sobre qué se había hecho para depurar a las fuerzas armadas de elementos de ultraderecha.
El jefe, no identificado por quien me relató la anécdota, barrió su antebrazo izquierdo hacia el resto de sus colegas y luego, barrió hacia el otro costado con el derecho, diciendo enfáticamente:
“De aquí para allá, señor embajador, no queda nadie. ¡A todos los sacamos!”
“O sea, pues, que lo han dejado desprotegido, coronel”, ripostó White.
“Sí, sí, embajador. Sí. ¡Totalmente desprotegido!”, dijo el militar, a carcajada limpia.
Al parecer, no se percató —o, si lo hizo, prefirió no darse por aludido— de la crítica y acusación implícitas en el incisivo pero, al parecer, inocuo comentario.
Portada de libro Jorge Pinto h
Memorias y denuncia

Igualmente distendido, aunque por diferentes motivos, era el ambiente en el convivio con los periodistas que asistíamos a dar la bienvenida a Howard Lane como jefe de prensa de “la embajada”.
La llegada a la residencia de Jorge Pinto h., con el rostro desencajado por el horrendo atentado de que había sido testigo minutos antes en la capilla del hospital La Divina Providencia, le dio un matiz dramático.
Jorgito —el diminutivo usado más que todo para distinguirlo de su padre, Jorge— era un personaje legendario en la política y el periodismo salvadoreños desde principios de la década de 1950.
En El grito del más pequeño, el libro que publicó en México, DF, en la década de 1980, poco después de salir al exilio definitivo, Jorgito narra mucho de lo acontecido con él y su familia.
Más que autobiográfico, El grito del más pequeño recoge también detalles tal vez desconocidos para muchos, aun entre sus mismos compatriotas.
Más pertinente a esta entrega, Pinto h., rememora ahí los instantes inmediatos al disparo asesino contra monseñor Romero y menciona a dos de los trabajadores de su periódico que asistían a la recepción:
La llegada de Jorge Pinto h. a la residencia de White
La llegada de Jorge Pinto h. a la residencia de White
Yo no escuché esa reacción del diplomático. Si la hubo, posiblemente fuese mientras me dirigía presuroso a la corresponsalía a informar al mundo.
¿Cuántas palabras procesamos esa noche en los mastodónticos teletipos de la corresponsalía de EFE? Miles, seguramente.
El frenético aporreo del teclado solo era interrumpido para atender las esporádicas llamadas de radios abonadas a los servicios de la agencia.
Para el momento en que la cinta perforada con el recuento de mi última entrevista con monseñor terminó de procesarse, la noche del sangriento lunes había cedido el paso a los albores de la madrugada del martes 25.
Era un nuevo día. Pero al igual que la apacible y dorada calidad del crepúsculo que mencioné al principio de mi entrada anterior, lo de nuevo día es simplemente un elemento descriptivo.
El asesinato del prelado era sin duda el inicio de una nueva fase en la escalada de violencia.

2 comments:

  1. Antonio B. On Saturday March 28, 2015, at 4:33AM
    Robert White.QDDG. Descance en paz.
    Slds.
    ====
    Saludos, Antonio.

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  2. JuliánCh.
    Sat, Mar 28, 2015 at 9:36 AM
    Re: Cuando mataron a monseñor - i
    Carter fue un anticipo de la mediocridad presidencial que hoy padecemos con Obama. En Teheran, hasta los estudiantes entraron en la embajada de USA y tomaron a sus empleados como rehenes. Y ya sabemos como terminó el intento de "rescate" improvisado por Carter.
    En cuanto al bárbaro asesinato de Monseñor Oscar Romero, una salvadoreña que trabajaba conmigo allá en Chicago me contaba que en su pais la gente rogaba "¡Dios nos salve del comunismo!
    Saludos,
    Julian
    ======
    Gracias por el comentario, Julián.
    Y un saludo cordial.
    El ruego, por cierto, sigue vigente.

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