Existe, aunque los famas digan que no |
Probablemente no exageraría si dijese que hasta el mismo día de su muerte (más acertado quizá será decir durante su vida entera), no hubo forma de convencer a mi abuela paterna de que frases como “Yo vide cuando los apresaron” estaban reñidas con el español moderno, con lo que el Diccionario Hispánico de Dudas (DPD) de la Real Academia Española (RAE) llama “la norma culta del español actual”.
No es que precisamente su uso de “vide” y otros arcaísmos (en conjunto, un reflejo del español que ella aprendió en sus años de escuela en las postrimerías del Siglo XIX y albores del Siglo XX) fuera un elemento constante de discordia.
Era, si acaso, algo esporádico, una reconvención que cabía esperar de sus nietos (antes que de sus hijos), cada vez que uno de ellos empezaba a aprender en la escuela los trucos y las trampas del lenguaje.
“No, 'má Menche (el diminutivo de Mercedes, su nombre de pila, que sigue siendo la forma como todos seguimos refiriéndonos a ella), así no se dice”, aventuraba uno.
Y sus hijos, nuestros padres o madres, que previamente habían recorrido el mismo camino, sonreían.
Ese recuerdo personal viene a cuento porque no son pocas las veces en que, antes que el más cortés “así no se dice”, muchos hemos escuchado la frasecilla de marras que encabeza este primer post: "Esa palabra no existe".
En muchas ocasiones, el pulgar abajo de quien condena refleja simplemente su desconocimiento del término. O de la manera como el lenguaje se estructura y el habla se forma.
No deja de ser cierto que la "inexistencia" de una palabra suele decretarla alguien que está en una posición de autoridad. (No viene al caso discutir si un edicto lingüístico de ese tipo desdice la presunta autoridad).
Por ahí, por ejemplo, circula en la Internet un post ya notorio en el que se nos instruye sobre una variedad de términos correctos o incorrectos. Y concluye: "Haiga no existe" (o algo por el estilo).
La admonición hace referencia al uso inapropiado del antiguo presente de subjuntivo del verbo haber: “haiga, haigas, etc., en lugar de haya, hayas, etc.” (DPD). Si yo respondo, “Dame lo que haiga” a la persona que me ofrece una bebida puede decirse que estoy usando un arcaísmo o que estoy hablando mal. No puede amonestárseme porque la palabra “no existe”.
Infrecuente es que las reconvenciones idiomáticas lleven la coletilla de, “según la RAE”. Infrecuente, digo, porque en la mayoría de los casos la alusión al Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) —el mataburros, para futuras menciones coloquiales en este blog— la hacen quienes no tienen ningún empacho en justificar su utilización de ciertos términos en el hecho de que figuran en el Larousse, el Oxford o cualquier otro listado de palabras, algo que el mataburros no es.
Es una especie de artificio dialéctico, si queremos llamarlo de algún modo.
La inexistencia de términos no es una tarea que el DRAE haya asumido en ningún momento.
Al menos en nuestra era contemporánea, la de la Internet (hay quienes prescindirán del artículo, escribirán el término con minúscula o lo masculinizarán: todos son correctos, vale aclarar), una consulta al DRAE sobre un término puede arrojar un mensaje como el que ilustra la foto adjunta a este post:
Aviso
La palabra cronopio no está en el Diccionario.
Pero de existir, existe.
Y desde mucho antes de principios de la década de 1960, cuando Julio Cortázar nos deleitó (aún sigue haciéndolo) con sus Historias de cronopios y de famas. Es sólo que “no está en el Diccionario”.
Por el contrario, y al igual que vide, haiga sí está.
En el caso de haiga no como arcaísmo, sino como término coloquial, de uso infrecuente, que mayormente se utiliza más en sentido irónico: “Automóvil muy grande y ostentoso”. Una explicación detallada de cómo “haiga” adquirió ese significado puede encontrarse aquí.
Los famas del lenguaje podrán decirnos que el término no existe. Los cronopios sabemos que no es así.
No es que precisamente su uso de “vide” y otros arcaísmos (en conjunto, un reflejo del español que ella aprendió en sus años de escuela en las postrimerías del Siglo XIX y albores del Siglo XX) fuera un elemento constante de discordia.
Era, si acaso, algo esporádico, una reconvención que cabía esperar de sus nietos (antes que de sus hijos), cada vez que uno de ellos empezaba a aprender en la escuela los trucos y las trampas del lenguaje.
“No, 'má Menche (el diminutivo de Mercedes, su nombre de pila, que sigue siendo la forma como todos seguimos refiriéndonos a ella), así no se dice”, aventuraba uno.
Y sus hijos, nuestros padres o madres, que previamente habían recorrido el mismo camino, sonreían.
Ese recuerdo personal viene a cuento porque no son pocas las veces en que, antes que el más cortés “así no se dice”, muchos hemos escuchado la frasecilla de marras que encabeza este primer post: "Esa palabra no existe".
En muchas ocasiones, el pulgar abajo de quien condena refleja simplemente su desconocimiento del término. O de la manera como el lenguaje se estructura y el habla se forma.
No deja de ser cierto que la "inexistencia" de una palabra suele decretarla alguien que está en una posición de autoridad. (No viene al caso discutir si un edicto lingüístico de ese tipo desdice la presunta autoridad).
Por ahí, por ejemplo, circula en la Internet un post ya notorio en el que se nos instruye sobre una variedad de términos correctos o incorrectos. Y concluye: "Haiga no existe" (o algo por el estilo).
La admonición hace referencia al uso inapropiado del antiguo presente de subjuntivo del verbo haber: “haiga, haigas, etc., en lugar de haya, hayas, etc.” (DPD). Si yo respondo, “Dame lo que haiga” a la persona que me ofrece una bebida puede decirse que estoy usando un arcaísmo o que estoy hablando mal. No puede amonestárseme porque la palabra “no existe”.
Infrecuente es que las reconvenciones idiomáticas lleven la coletilla de, “según la RAE”. Infrecuente, digo, porque en la mayoría de los casos la alusión al Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) —el mataburros, para futuras menciones coloquiales en este blog— la hacen quienes no tienen ningún empacho en justificar su utilización de ciertos términos en el hecho de que figuran en el Larousse, el Oxford o cualquier otro listado de palabras, algo que el mataburros no es.
Es una especie de artificio dialéctico, si queremos llamarlo de algún modo.
La inexistencia de términos no es una tarea que el DRAE haya asumido en ningún momento.
Al menos en nuestra era contemporánea, la de la Internet (hay quienes prescindirán del artículo, escribirán el término con minúscula o lo masculinizarán: todos son correctos, vale aclarar), una consulta al DRAE sobre un término puede arrojar un mensaje como el que ilustra la foto adjunta a este post:
Aviso
La palabra cronopio no está en el Diccionario.
Pero de existir, existe.
Y desde mucho antes de principios de la década de 1960, cuando Julio Cortázar nos deleitó (aún sigue haciéndolo) con sus Historias de cronopios y de famas. Es sólo que “no está en el Diccionario”.
Por el contrario, y al igual que vide, haiga sí está.
En el caso de haiga no como arcaísmo, sino como término coloquial, de uso infrecuente, que mayormente se utiliza más en sentido irónico: “Automóvil muy grande y ostentoso”. Una explicación detallada de cómo “haiga” adquirió ese significado puede encontrarse aquí.
Los famas del lenguaje podrán decirnos que el término no existe. Los cronopios sabemos que no es así.
Lo más grave es que alguien diga que una palabra no existe cuando su procesador de texto no la reconoce y la subraya como error...
ReplyDeleteEs la bendición y la mala suerte de los spellcheckers. No son pocas las veces en que se agregan términos por error.
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