Monday, April 1, 2013

La culpa fue de Charlton Heston

Déjenme hacerles un poco de historia sobre mara.
El vocablo, por el que en general se designa a las pandillas criminales que en la actualidad aterrorizan a la sociedad civil en muchos países, es de reciente incorporación, tanto a nuestro idioma como a otras lenguas, en especial el inglés.
A pesar de lo que se dice en el título de esta entrega, la verdad es que la culpa de que mara sea parte del habla popular —y figure tanto en el Diccionario de la Real Academia como en los de otros idiomas— no la tiene nadie.
Pero sí es cierto que Charlton Heston, el Moisés de “Los 10 Mandamientos” y personaje homónimo de una de las mejores producciones cinematográficas de toda la historia, “Ben-Hur”, figura destacado en el relato.
La verdad, no deja de ser curioso que un actor con un nombre inventado, ficticio —nótese que no digo seudónimo, aunque bien puede ser el término apropiado— influyese tanto, aunque sin proponérselo, en la acuñación del  término.
Hasta donde he podido establecer, la palabra de donde proviene surgió de la nada: es, en esencia, producto de la fértil imaginación de guionistas hollywoodenses.
Más sobre el asunto luego de esta digresión.
Cuando uno anda de manera cotidiana en cosas del lenguaje no es infrecuente que se tope a menudo con circunstancias en las que, por defecto antes que de manera intencionada, acuña términos o determina cuál de entre los ya existentes figura como el más apropiado para referirse a algo.
[Vale para todo el que anda en estas cosas, aclaro: maestro, periodista, anunciador de TV, locutor de radio, traductor, editor o cualquier otra profesión en la que el idioma es panem nostrum quotidianum].
Rebobino a Washington, D.C., principios de 1981. Más precisamente, marzo de ese año.
Circunstancias que en este momento no viene al caso traer a cuento [por ahí las he relatado en uno de mis blog, de manera que es en abono a la brevedad que las omito aquí, no intento alguno de ocultar nada] me han llevado a la capital de los Estados Unidos y he entablado contacto con Ramón Pedrós Martí, entonces el delegado [jefe de la corresponsalía] de la Agencia EFE.
Aunque no figuro aún como miembro de planta de la corresponsalía, mi buen amigo y poeta no objeta de mi colaboración espontánea y ad honorem.
Así que ahí me tienen, “reporteando” sobre el intento de asesinato a Ronald Reagan el 30 de marzo de 1981 y, por esas mismas fechas también, sobre el vuelo inaugural de la nave espacial “Columbia”, la primera de las reutilizables en el ahora desaparecido programa de la NASA.
En esos primeros días, el término en boga en español para las naves reutilizables era “lanzadera” [la palabreja subsiste por ahí, de modo que no es como si lo que hicimos con Ramón deviniese en edicto]. Conversamos, llegamos a la conclusión no solo de que es muy literal sino de que también no llega a describir adecuadamente el propósito de esas naves, e incorporamos —habrá mediado, supongo, consulta de Ramón con jerarquías más elevadas— “transbordador”.
No es cosa de todos los días para quien anda en cosas del lenguaje, repito, pero tampoco infrecuente. Lo que sí es inusual es la participación directa de uno [intencionada, no, aunque directa] en la adopción de un término.
Mara es una abreviación de “marabunta”, término que yo y adolescentes de mi generación comenzamos a utilizar allá a principios de la década de 1960.
Por participación directa entiéndase que fui parte de un grupo poblacional cuya adopción de marabunta, posteriormente abreviado a mara, hizo que el vocablo ingresara en ese entonces al uso popular, primero en el oriente de El Salvador y luego en un ámbito más expandido. No quiero decir en manera alguna que fui yo el primero en usarlo.
Es aquí donde nuestro buen amigo Charlton Heston entra en acción [estuve tentado a titular la entrega ‘La culpa la tuvo Chuck’ porque, como pueden leer aquí, ese era el apodo con que le conocieron sus amistades, derivado de su nombre real y no del que confeccionó para la pantalla].
Mencionaba, previamente, que el término que dio origen a “mara” parece ser, en en esencia, producto de la fértil imaginación de guionistas de Hollywood. Les diré por qué.
Unos seis u ocho antes de que yo y mi generación comenzáramos a usarlo, el término fue acuñado en Hollywood para The Naked Jungle, filme en el que Heston y Eleanor Parker interpretan a un matrimonio que batalla en la selva amazónica contra una invasión de “marabunta, soldier ants” —según escucharán a William Conrad decir a Parker, al hacer clic en el minivideo al tope.
Número que incluyó el relato
La película data de 1954 y se basa en un cuento del escritor austríaco Carl Stephenson. Pueden leer aquí el relato entero y obtener en esta página web detalles adicionales tanto sobre el autor como sobre el cuento, que se publicó en inglés por primera vez en la edición de Esquire cuya portada tomada de este último sitio reproducimos a la izquierda.
El vocablo marabunta no figura ni en el relato original que aparece en los dos sitios anteriores ni en la primera adaptación del relato para el programa radiofónico Escape, en el cual Conrad [a quienes muchos recordarán más como el —digamos— robusto detective Cannon, de la homónima serie televisada] hacía el papel de Leiningen, mientras que en el cine interpretó al comisionado.
Hubo otras adaptaciones radiofónicas posteriores pero no es sino hasta 1958, cuando Stephenson publica Marabunta: Amazon Adventure, según verán en el sitio de TNL, que el vocablo está asociado directamente con el nombre del cuentista.
El guión para The Naked Jungle [en español la película se distribuyó como “Marabunta”, a secas, y “Cuando ruge la marabunta”], nos dice wikipedia, lo escribieron Ranald MacDougall y Ben Maddow, este último uno de los escritores que en la década de 1950 sufrió la persecución macarthista.
Es bien posible que para 1958, cuando publicó Marabunta: Amazon Adventure, Stephenson hubiese decidido ya que en lugar de una anónima amenaza de millones de hormigas, había llegado la hora de utilizar en una obra impresa el término que se acuñó para el filme.
Aparte de la definición en el DRAE y seguramente en múltiples otros diccionarios en español, el término está asimismo definido online en el diccionario Collins y en el Urban Dictionary, menos “académico” si se quiere pero ciertamente más al corriente con el habla popular.
Y… ¡no!: el Oxford no incluye online esa definición. La acepción primaria del término en el Oxford nos remite a un roedor suramericano parecido a la liebre, la mara de la Patagonia o del Chaco, sus dos variedades conocidas.
Hay dos detalles adicionales sobre el término que me parece relevante traer a cuento.
Uno, la afirmación sin fundamento en este artículo de Foreign Affairs de que el nombre deviene de “una mortífera especie de hormigas” autóctona de los países ahora afligidos por la violencia delincuencial de las maras. Nada más lejos de la realidad.
El otro detalle tiene que ver con la definición de la palabra raíz en el mataburros:



El DRAE apunta que la etimología es de origen incierto, lo cual no deja de apegarse, en cierto modo, a la realidad.
El porqué de la adopción del término es, en realidad, sencillo.
Dícese en mi país nativo de cuando un grupo llega, por ejemplo, a un festejo, y prácticamente arrasa con la comida o la bebida, que las devoraron “como si fueran chapulines” [término derivado del nahua para “langosta”].
“No, chapulines no. Como si fueran marabunta”, acotábamos por entonces, recordando las peripecias de Heston en la pantalla grande.
El apócope — de "marabunta" a "mara" — no fue inmediato, pero la adopción del término se propagó como el proverbial incendio en la maleza.

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