Pero si ese no fuera el caso, me parece que Jeff Foxworthy bien podría tener más que asegurado su éxito si fuera a incluir entre los huéspedes de su programa a los traductores y editores de anuncios como ese que ilustra esta entrega.
No me refiero, al decir programa, a su comedia televisada homónima —de corta duración en las cadenas nacionales estadounidenses— en cuyo reparto figuró originalmente Haley Joel Osment, antes de que saltase a la fama en El Sexto Sentido como el atribulado estudiante de primaria capaz de ver a los muertos.
Escribe para ese nivel, no a ese nivel |
[Antes de continuar: el tema de esta entrega no tiene nada que ver con mal uso del lenguaje en eso de “perder libras”. Tanto el Diccionario Panhispánico de Dudas como la definición del verbo en el
Diccionario de la Real Academia dejan en claro la utilización impropia del vocablo en el anuncio. Y este artículo, que data de hace poco más de cuatro años, abunda más sobre el tema].
Foxworthy viene al caso más bien por otro de sus programas, el concurso de preguntas y respuestas con premios en metálico [en efectivo, en plata contante y sonante] cuya versión en español algunos conocerán como, “¿Sabes más que un niño de primaria?”
Al igual que sucede básicamente con cualquier juego de azar, en el concurso la ventaja es también para la casa.
Me explico. Si bien es cierto que pone a prueba el conocimiento de los participantes, al fin de cuentas todo se reduce todo a una cuestión de números. En este caso, de lo que puede llamarse simple y llanamente probabilidad.
Puestos a competir, la probabilidad siempre será mayor de que chiquillos con la mente fresca y justo en la edad en que deben dedicarse al estudio de los temas propios de su nivel educativo sabrán responder mejor que los concursantes adultos.
El programa no es precisamente un “reality show” —sí, sí, ya sé, por ahí la Fundéu aconseja que usemos telerrealidad y no el término inglés—. Pero es precisamente la inclusión de los sabihondos mocosuelos y de los más bien estupefactos y avergonzados adultos [su vergüenza producto de verse obligados a admitir que distan mucho de ser “más listos” que un estudiante de quinto grado, conforme al título original del programa] la base del éxito del concurso.
Ese éxito se sustenta en lo que bien podríamos considerar conceptos equivocados, si es que no creencias sin fundamento o, para usar un término quizá más fuerte todavía, falacias.
Una es la extendida noción de que un grado académico confiere categoría de genio.
En la mayoría de los casos, nada está más lejos de la verdad. Los profesionales universitarios que sudaron la gota gorda en sus años de educación primaria y secundaria bien podrían ser numerosos. Cierto es también que la excelencia en ambos niveles no siempre se traduce en una profesión académica.
El otro error es de dos facetas, cada una —desafortunadamente— relacionada con el anuncio que nos ocupa. El “reto” ese de “perder libras” de que se nos habla refleja un concepto cada vez más propagado entre los ejecutivos de agencias de publicidad, en especial en lo relacionado con el lenguaje que debe usarse para el consumidor de habla hispana: nivel de quinto grado.
La cara uno del error es la noción de que el “nivel básico” en materia de educación es sinónimo de poco informado, cuando no literalmente ignorante.
Un vistazo a los planes de estudios para quinto grado de tres áreas geográficas distintas: El Salvador, México y el condado de Gwinett en el estado de Georgia, Estados Unidos, puede servir muy bien para demostrar que ese convencimiento es equivocado.
Al menos hay que intentarlo |
La cara dos [patente en el anuncio con burradas de todo tipo, no solo conceptuales sino también de ortografía y sintaxis] quizá sea un pelín más difícil de comprender, al menos para los ejecutivos de cuentas vinculados al anuncio que nos ocupa: escribir en un lenguaje comprensible para nivel de escolaridad de quinto grado no significa escribir como lo hacen los estudiantes de primaria.
Como bien sabe cualquier maestro de primaria, cuando se enseña a estudiantes en ese nivel ha llegado la hora de ser más listo.
O por lo menos —en el caso de quienes redactan, conciben, traducen o editan anuncios— de intentarlo.
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