Mi nieto gorjea, yo tuiteo |
A uno le podrá parecer que la Real Academia Española es rígida, cerrada, parsimoniosa, lenta y … bueno, agréguele los calificativos que desee.
Con todo y el humor con que uno podría tomar el dato curioso ese de que pasaron casi cuatro siglos para que yogur obtuviera el visto bueno no hay propósito de mofa alguno en el comentario. Al cabo, ya hemos dicho que el mataburros no es ni se le debe considerar un mero listado de palabras.
La idea era contrastar tanto la relativa celeridad en la inclusión de show como la no menos asombrosa rapidez con que se está proponiendo defenestrarlo.
Y a nuestro buen amigo Chubby Checker (en un sentido amplio, porque amigos son todos aquellos que figuran en nuestra experiencia de vida) lo recordamos porque, de nuevo, la lengua la hacemos todos, pero no siempre la popularidad de un término debería ser sinónimo de inclusión obligatoria.
(Incorporado o no, quiérase o no, repito, twist sí es parte de nuestro léxico, aunque no esté impreso).
A mí me luce, en ocasiones (sobre todo en aquellas en las que alguien opina, por ejemplo, “Es inaudito lo que está haciendo la RAE”), que la Academia sirve a muchos como el poste que antes, en los pueblos, se colocaba en las esquinas para impedir que las carretas chocasen contra las casas. Si no tuvo usted la suerte de vivir en un pueblo tranquilo como el de mi infancia, remítase entonces a las defensas esas, a menudo en amarillo fluorescente, que sirven idéntico propósito.
Cualquiera que piense que el idioma es cosa sencilla (y regularlo, normarlo, pan comido) haría bien en apreciar lo siguiente: la RAE se funda en 1713. Unos 100 años después de la muerte de Cervantes y casi 80 después del deceso de Lope de Vega —apenas dos de los más prolíficos escritores de nuestra lengua— y más de dos siglos después de que América (toda nuestra América) ha comenzado a influir ya en el idioma. Menuda tarea la de normar el idioma, creo yo.
Distinta pero no necesariamente menos abrumadora es la tarea que la RAE tiene ante sí con esto de la constante introducción de nuevos términos al idioma.
Un día alguien le cuenta a uno de este fenómeno cibernético de twitter o se ve obligado a llevar al castellano frases en inglés donde figura el sitio o la expresión. Me dice D. Lorena en su mensaje: “Hace tiempo con una colega nos preguntábamos qué pasa con términos como ‘tweetea’ y una editora (del Departamento de Español al Día de la Academia) nos envió esto: '...la RAE contestó una consulta al respecto en la que recomienda el uso de 'tuitear', pues la grafía se adapta a nuestra lengua' ”.
En la respuesta, que puede leerse aquí en su totalidad, la editora dice que teniendo en cuenta todas las normas referidas al uso de extranjerismos, “la adaptación más apropiada sería tuitear, que es asimismo la que se documenta de forma mayoritaria…”.
El comentario yerra, me parece, cuando agrega: “…la variante tuitar, morfológicamente posible, no ha triunfado en el uso, puesto que en el español americano (es entre hispanohablantes americanos entre los que parece haber hallado más éxito esta herramienta electrónica) resulta más productiva la desinencia -ear que –ar”. Equivocada, creo, pero esa es la respuesta.
Una más concisa, pero no necesariamente definitiva, la tenemos aquí: “… lo más adecuado sería adaptar la forma gráfica a la pronunciación de la palabra: tuitear, tuiteo, tuitero”. Y agrega: “Sin embargo, Twitter debe escribirse así por ser el nombre propio de una marca registrada”.
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